Pareciera que, para lo bueno y para lo malo -más por esto último- en las últimas semanas estamos redescubriendo un nuevo Sevilla que en nada, o en poco, se parece al más reciente.
La crisis de identidad que sobrelleva el club alcanza a todos sus estamentos:
- A la afición, convertida en paciente mártir de reconcomios lindantes con la paranoia esquizofrénica, principalmente por no haber sabido superar en su integridad la frustración de no haber disfrutado de los mejores años de la entidad. Desencanto generado en gran parte por el segmento más estridente, que no numeroso, de los seguidores sevillistas y con la anuencia y ánimo de la llamada prensa “independiente”, lo que le ha llevado a un laberinto histriónico de desazones y reveses; todo ello mientras, fieles a su demostrado compromiso -¡monumento ya!-, costean abonos elevadísimos en la región más deprimida de España en plena crisis económica.
- A una plantilla en profunda renovación -mientras se discute gratuitamente de cambio de ciclo- en la que, de una tacada, se ha dicho adiós a algunas de las figuras que nos han elevado a la cúspide del fútbol mundial junto a otros profesionales desacreditados y vituperados por los que “entienden de esto” y se ha dado la bienvenida a nuevos profesionales que han de contribuir a labrar el futuro más inmediato de nuestro club.
- A un entrenador al que, contrariamente a lo que ha sido la política deportiva del club y que tan buenos resultados nos ha dado, se le han entregado casi todas las llaves de la planificación. Hasta ahora la dirección deportiva concebía la plantilla y la ponía a disposición del entrenador. Ningún técnico del reciente Sevilla, salvo éste, se ha jactado de solicitar determinados refuerzos o de anunciar públicos descartes sin la venia de la dirección deportiva, lo que, inevitablemente, supondrá un evidente quebranto económico: salidas a coste cero o muy por debajo del valor de mercado e incorporaciones por un montante muy superior al pretendido. Todo ello con el beneplácito de la prensa “independiente” que parece haber encontrado en Marcelino García Toral la piedra filosofal, el dechado de virtudes que han echado en falta en los anteriores, principalmente en uno al que hicieron la vida imposible: independiente, incómodo, exigente… virtudes todas ellas -que no defectos- que, a su entender, “adornan” al técnico asturiano. Bienvenido de todas formas ese apoyo del que no gozaron otros que, a pesar de todo, nos auparon a históricas clasificaciones y a la consecución de colosales hitos.
- Finalmente, a un consejo directivo, paciente receptor de todos los agravios y máximo responsable de esta metamorfosis, que ha permitido -esperemos que desde un sosegado análisis- tan profunda e incierta transformación -del rojo al amarillo- en los planos social y deportivo y que, para colmo, ha acabado volteando la política de comunicación convirtiéndola en poco menos que irreconocible: desde la más absoluta ignorancia a los representantes de los medios que tanto daño han pretendido infringir a la entidad, a convertirse en asiduos de sus programas y de sus medios.
Bueno es rectificar si hubiere razón para ello. Si los métodos anteriores, a pesar de las protestas de los de siempre, nos dieron éxitos, ¿por qué cambiarlos? ¡Ojalá que, a pesar de todo, continúe la racha! Los experimentos siempre con gaseosa…
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