miércoles, 2 de septiembre de 2015

@ppandaluz: El eterno suplente



02/09/15. Mi colaboración de ayer en El Demócrata Liberal


Acaba de comenzar la Liga, acontecimiento que se repite candenciosamente y que va a servirnos de excusa perfecta en nuestra tentativa hoy de parangonar al deporte rey con la política andaluza, sus causalidades y aciagas secuelas.

Sin ser definitivo, la pretemporada sirve al entrenador para, tras un primer análisis, establecer nítidas diferencias entre los futbolistas que estima habituales, a los que convertirá en titulares, y los que etiqueta desde el principio como ocasionales, que serán condenados casi sin remedio a la suplencia, cuando no a la grada.

Los andaluces, convertidos en el seleccionador andaluz que entrega las camisetas de titular del San Telmo Balompié, se han mostrado casi siempre esquivos con el Partido Popular de Andalucía, condenándolo al ostracismo, a calentar banquillo una y otra vez, con una sola excepción, la ocurrida el 25 de marzo de 2012, cuando -a la novena fue la vencida- hartos ya de una alineación taciturna que recitaban de memoria, e ilusionados con nuevos fichajes, dieron su beneplácito para que el viejo PP de Javier Arenas comenzara a hacer sus primeros ejercicios de calentamiento en la banda.


Aunque para la opinión publicada el seleccionador andaluz, o se había equivocado, o se había “vuelto loco”, todo parecía presto y dispuesto para el debut oficial del eterno suplente en una competición, la política andaluza, que a lo largo de casi cuarenta años le había estado vedada y que no había conocido más titulares que a los outsiders del clavel, con contadas y tímidas incursiones foráneas, ora de tuercebotas andalucistas -desde la pasada semana en franca retirada- ora de oriundos comunistas de una Izquierda Unida al día de hoy más izquierda hundida que nunca.

Cuando, hace tres primaveras, el Parlamento, en burdo remedo del inútil y tan en boga cuarto árbitro, sacó de sopetón la tablilla anunciando la entrada al terreno de juego del postergado, cuarentón, barrigón y “antipático” suplente de lujo, en sustitución del vetusto, chocante y (hay alguien que así lo califica todavía) “carismático” titular, hacía su aparición en escena el Al-Ghandour de turno, en forma de tan rimbombante como vacuo “Pacto por Andalucía” que, tarjeta encarnada en ristre, solo sirvió para mandar a la ducha al PP-A antes siquiera de hollar con sus inmaculados tacos la línea que delimita el terreno de juego.

Andalucía, tras 37 años de Autonomía (incluyendo las previas), sigue siendo la única comunidad autónoma que no ha conocido la alternancia. Y si esto acontece lo es por diferentes razones, llámense culpas, responsabilidades y/o pecados compartidos:

Por activa -a diario se observa en este medio y en otros que pretenden apurar las horas al Régimen- es claro responsable ese vulgar, mediático e insolente futbolista que de alevín ha devenido en carcamal y que, con aires de suficiencia y miradas destempladas hacia el osado técnico que pretende su sustitución, no acata nunca sus órdenes, ni se priva de despotricar del sempiterno “compañero” que bebe los vientos por unos cuantos “minutos de la basura”. El chiringuito de fundaciones, consorcios, agencias y demás organizaciones puestos en liza son suficiente botón de muestra de los motivos por los que el jugador titular continuará siéndolo sine díe.


Pasan los años, las décadas, las legislaturas y el Partido Popular de Andalucía “no toca pelo”


Pero, por pasiva -y nunca mejor dicho- reluce por su ineficacia e incompetencia el imperecedero y “sesteante” aspirante a hacerse con el puesto de titular, y que, a diferencia de su competidor -aunque con la misma rusticidad e idéntica inoperancia- “solo” le da para vivir como rajás en la bancada de la oposición, permitiendo con su atonía y postración este exasperante “más de lo mismo”.

Sí, así es. Pasan los años, las décadas, las legislaturas y el Partido Popular de Andalucía “no toca pelo” y, lo que es peor, no se produce en su seno la más mínima cavilación, el más somero de los análisis que ayuden a encontrar la luz al final de un túnel lúgubre y húmedo, convertido en criadero perenne de champiñones a los que nunca les llega la hora de la cosecha.

La mayor evidencia de ineficacia tuvo su reflejo en el breve periodo que va de noviembre de 2011 a marzo de 2012, en el ínterin entre Generales y Autonómicas, donde los populares se dejaron en la cuneta 415.000 papeletas con las siglas de la gaviota, todo ello después de que Javier Arenas se hubiera pateado Andalucía para convertir a su partido por vez primera en la fuerza más votada, aunque insuficiente para el asalto a San Telmo. Sin embargo, la caída en picado no se detuvo ahí y hace apenas cinco meses ha visto como el respaldo de los andaluces ha superado por poco el millón de votos, justo la misma cantidad de apoyos que han extraviado en menos de cuatro años.


Hasta los casos que se han combatido -¡caiga quien caiga!- desde el gobierno y las instituciones (Fiscalía, Agencia Tributaria, etc.) y que fácilmente serían vendibles públicamente como actos de decencia y compostura, se le vuelven en contra


La autocrítica que conduce al diagnóstico acertado sobre las causas que le mantienen relegado y camino, casi, del confinamiento, continúa brillando por su ausencia, pero no debiera diferir mucho del siguiente:

Los flagrantes casos de corrupción que afectan a la “casa madre”, y empleo el verbo en presente de indicativo por la más que acreditada incapacidad de conjugar en pretérito perfecto la pervivencia de semejante lacra. La corrupción, como tantas veces repetimos, es consustancial al hombre y a la mujer (¡toma otra de lenguaje no sexista!), y, por tanto, imposible de erradicar. La única herramienta ágil para jibarizarla siquiera está en el modo, la rapidez y la contundencia con la que se le combata. Y ahí, aunque a cierta distancia del resto, no se ha estado especialmente pronto.

La ineficiente comunicación o, mejor dicho, su práctica inexistencia, le colocan en un plano de desabrigo al alcance del pim, pam, pum de manera que, hasta los casos que se han combatido -¡caiga quien caiga!- desde el gobierno y las instituciones (Fiscalía, Agencia Tributaria, etc.) y que fácilmente serían vendibles públicamente como actos de decencia y compostura, se le vuelven en contra. Así, lo que podría convertirse en imagen de sujetos activos contra los corruptos, se convierte, gracias a su inmensa torpeza, en todo lo contrario.

Para colmo de males hay cosas que no la arreglan ni la mejor política de comunicación que, por arte de birlibirloque, hiciera su aparición en Génova o por la calle San Fernando y es que el partido se ha estancado en el ya célebre Congreso de Sevilla de la primavera de 1990 y que marcó un hito esperanzador en el inmediato futuro de la política española: un cuarto de siglo después nadie asume la decisión sobre la designación “digital” del bisoño líder; la renovación de cuadros, a nivel general, se da por inexistente; la apertura a la militancia sigue tan sesgada y bloqueada como por entonces, si no más; las mismas caras se repiten en una convocatoria, en la siguiente y en la de en medio; personas de acreditada valía son relegadas a posiciones cómodas a las de un compadreo cercano al “aquí me la den todas”; en fin, profesionales que se empantanan en sus puestos, que olvidan su procedencia y que se postergan en cargos secundarios sin aspiraciones ni ilusión alguna.

Y mira que lo tienen fácil: a la mayoría de ellos le bastaría ojear a diario El Demócrata Liberal para disponer semanalmente de una batería de preguntas parlamentarias que soliviantarían al más sereno de los portavoces del Régimen.

Pero no, asumido por todos su esperpéntico laissez faire, laissez passer, ahí continúan, de la cuna a la sepultura, en un patético tránsito que castiga sin merecerlo a una ciudadanía ávida de nuevos refuerzos, de renovados fichajes en el terreno de juego de la política andaluza… cuarenta años después.

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