jueves, 24 de agosto de 2017

El síndrome del Pizjuán. Antonio Robles. ABC



Sevilla reflejada en el Sevilla FC: "El sevillano vive donde habita el becqueriano y cernudiano olvido". Antonio Robles nos lo cuenta hoy en ABC:

La tristeza está revestida con el gris de una tarde de domingo. Llueve sobre un estadio que está sin terminar. Pilares desnudos de hormigón. Ramas de ferralla como si de un árbol herrumbroso se tratase. El campo está embarrado, el balón pesa por culpa del agua y del fango. Hexágonos blancos y pentágonos rojos. Son los colores del equipo local. Todo de blanco menos la vuelta de las medias, que son rojas. Como el número que lleva cada futbolista. No hay publicidad en las camisetas de algodón, ni nombres propios en el dorsal. Huele a coñac, a aguardiente, a humo de tabaco rancio. Impermeables azules con gorrita incluida. Marcador simultáneo Dardo con el imprescindible recorte del ABC para averiguar las claves. Llueve y hace un frío húmedo que llega hasta los huesos. Detrás de las porterías, algunas barras para que se apoye el público que permanece en pie. El Sevilla FC juega en Segunda División. 

De aquello hace más de cuarenta tacos. Si pudiéramos regresar a aquellos años para anunciarles a aquellos sufridos sevillistas que su equipo ganaría cinco Copas de la UEFA, dos Copas del Rey y que se clasificaría durante tres temporadas consecutivas para la Champions League —con himno de Haendel— que entonces no existía, nos habrían tomado por locos. Pero ahí está el Sevilla. Otra vez con los mejores de Europa. Ya no se canta el «otro año igual» que sucedería a aquellas tres temporadas en Segunda, que no en Champions. Cuando el club estaba en Primera División, su puesto medio era el octavo. Otro año igual. Como ahora. Pero con esa diferencia que una parte importante del sevillismo no quiere ver. ¿O es lógico que ande un sector palangana mosqueado por el juego de los suyos a estas alturas de agosto? 

A esa actitud podríamos denominarla como el síndrome del Pizjuán. Y es algo que afecta no sólo al sevillismo, sino a la ciudad entera. El sevillano vive donde habita el becqueriano y cernudiano olvido. El sevillano olvida las penurias del pasado tan pronto como sale el sol en el presente. Y entonces se pone a despotricar de los fallos del hoy sin pararse a pensar dónde estaba ayer. Exactamente igual que esos sevillistas que ignoran, de forma deliberada o inconsciente, que no hace tanto tiempo se jugó el ser del club en Linares, con la sombra de la promoción a Tercera en el temido horizonte de la derrota, o en los despachos que lo mandaron a Segunda B.

Estaría bien que los jóvenes del Sevilla, y también los del Betis, estuvieran al tanto de lo que han vivido sus mayores para que sus equipos estén donde estén. Y que eso se extienda al resto de la ciudad. ¿O es que aquí se salió de la durísima posguerra por arte de magia, sin el sacrificio de tantos sevillanos que se dejaron la piel para que nuestra vida fuera mejor que la suya? Seguro que algunos de esos sevillanos, sevillistas de corazón, recordarán aquellas tardes de lluvia y de domingo, de Baracaldo y Cultural Leonesa, de rascas y punterazos, de fútbol sin fútbol. Y que ahora se reirán por dentro al ver cómo los suyos protestan porque su club está, por tercer año consecutivo, jugando una competición que entonces ni existía.

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