11/11/24. Mi colaboración de
ayer en Sevillainfo
“Valga
esta disquisición siempre actual para hacer un repaso de algunas tormentas
devastadoras que han azotado España, incluso antes de que el Seat 600 comenzara
a emitir los temibles gases de efecto invernadero”
En
general, en el mundo hay libertad para creer, o no, en Dios y no la hay para, siquiera,
dudar de la existencia de un cambio climático generado por el hombre y aventurado
por el “infalible saber contemporáneo”.
En
distintas épocas, las religiones han castigado -algunas siguen haciéndolo- a
los agnósticos y ateos, y, en concreto, la Inquisición lo hizo durante casi
cuatro siglos quemando en la hoguera a herejes y disidentes. Ahora, sin llegar a
encender la candela, se señala a los “negacionistas” como la escoria que rebate
la “evidencia científica”, quizá sería mejor, como la que no traga con los
dictados de los inquisidores de nuevo cuño. Me dirán algunos“¡Claro que es así y la diferencia está en
la Ciencia!”, los mismos que, seguramente, continuarían: “La religión es cosa de curas, imanes y
bhikkhus, mientras la Ciencia -ésta sí, con mayúsculas- se basa en el empirismo
puesto en práctica por las mentes más preclaras”.
Sobre la
existencia de Dios:
En 2013, en una entrevista en la página de la UNED, don José Antonio Rojo,
Doctor en Ciencias Físicas y Profesor Titular del Departamento de Ciencia y
Tecnología de Materiales y Fluidos de la Universidad de Zaragoza, respondía a
la pregunta sobre la relación de los científicos con la religión: “Las encuestas realizadas, desde comienzo del
siglo XX hasta la actualidad, reflejan que un 40% se definen como creyentes,
otro 40% como ateos y un 20% como agnósticos, sin apenas variaciones durante un
siglo”.
Frente a la pléyade de
negadores de la existencia divina, encontramos -no, no solo a Einstein- innumerables
entradas en Internet que refieren a científicos creyentes del siglo actual. Algunos ejemplos: Francis Collins (el padre del genoma humano): “El Dios de
la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o en
el laboratorio”; William Phillips (Nobel de Física 1997): “La única explicación que encuentro del
porqué existe el Universo es que Dios lo creó”; John Lennox (matemático): “Creer en
Dios es una opción infinitamente
más racional que la alternativa de creer que cualquier universo que
pudiera existir de hecho existe”; John Polkinghorne (científico
cuántico): "la
existencia de Dios es la cuestión más importante a la que nos enfrentamos sobre
la naturaleza de la realidad”, acabó respondiendo
a su pregunta haciéndose sacerdote a los 47 años; Freeman Dyson
(científico cuántico): "Cuanto más examino el universo, encuentro más y
más evidencia de que el universo
sabía de alguna manera que íbamos a venir y no veo otra explicación
posible que la voluntad de un Creador"; Allan Sandage
(cosmólogo): “Dentro del terreno de la ciencia no se puede decir ningún detalle más
sobre la creación de lo que se dice en el primer libro del Génesis”; Ricyhard Smalley
(Nobel de Química 1996): “Dios creó el universo hace 13.700 millones de
años y necesariamente Él se ha involucrado con Su creación desde entonces”, dijo al explicar por qué dejaba el ateísmo…
Sobre la
existencia de un cambio climático generado por el hombre: estamos en las mismas y
conocemos a los grandes científicos y a los
científicos grandes que lo dan por hecho. Para eso está la megafonía mediática
convenientemente engrasada, formulando
postulados y razonamientos que siguen a rajatabla (tan fácil como hacerse
seguidor del Real de Madrid) sus defensores y/o los que no quieren ser
señalados como herejes 3.0. Si bien, tan
autorizados como estos pueden y deberían considerarse a los 1960 científicos que, hasta el 23 de
octubre pasado, habían firmado la World Climate Declaration. There is no climate emergency
y que, a grandes rasgos, afirma -¡qué
disparate!-:
-
La ciencia del clima debería ser
menos política, mientras que las políticas climáticas deberían
ser más científicas.
- El clima de la Tierra ha variado
desde que existe el planeta, con fases naturales frías y cálidas. La Pequeña Edad del Hielo terminó en 1850.
- No sólo se exagera el efecto de los
gases de efecto invernadero, sino que se
ignora que enriquecer la atmósfera con CO2 -alimento
vegetal- es beneficioso, lo que ha promovido el crecimiento de la biomasa vegetal
mundial.
- No hay
evidencia estadística de que el calentamiento global esté intensificando los
huracanes, inundaciones, sequías y desastres naturales y nos oponemos a la dañina y poco realista política neta de CO2 cero propuesta para 2050.
Si estos
razonamientos le parecen una pizca razonable, acaba usted de ingresar en el Club de Excelsos Negacionistas y puede
-de momento solo puede- ser blanco de la ignominia, del descrédito… Esperemos
que, por ahora, lo de la hoguera quede lejos.
Valga
esta disquisición siempre actual para hacer un repaso de algunas tormentas
devastadoras que han azotado España, incluso antes de que el Seat 600 comenzara
a emitir los temibles gases de efecto
invernadero, curiosamente la mayoría de ellas en el Levante y curiosamente,
también, todas entre septiembre y diciembre:
- La arqueología -informaba El Español- ha desvelado que Valencia ha sufrido
inundaciones desde su fundación en el año 138 a.C. Las primeras noticias
citadas en fuentes oficiales se tienen a partir de la conquista de la ciudad
por Jaime I para la Corona de Aragón, concretamente las de 1321 y 1328 y existen
también registros de la gran riada de Valencia del 27 de diciembre de 1517, en la que el Turia derribó tres
de los cinco puentes entonces existentes, provocando cientos de muertos.
- Entre las
peores inundaciones de España
-puede leerse en El Tiempo- están la de 1626, cuando
el río Tormes, afluente del Duero, a su paso por Salamanca, se llevó la vida de
142 personas; la de Murcia y Orihuela, de 1879, en la que murieron 179 personas y 13.769 cabezas de
ganado; la de Málaga, de 1907,
cuando la tormenta que se produjo aguas arriba del Guadalmedina llevó a la
ciudad una gran avalancha de agua y barro,
alcanzando hasta cinco metros de altura y dejó 21 muertos; las dos grandes riadas de
Valencia de 1957, con 81
muertos, la primera cogió desprevenidos a los valencianos porque allí apenas
había llovido, donde sí lo había hecho de manera impresionante fue aguas
arriba, en la comarca del Camp del Turia -¿les suena?-; en 1962, las inundaciones causaron más de 800 víctimas mortales en Tarrasa,
Sabadell y Rubí; ya en 1973 se recogieron 600
l/m2 en Zurgena
(Almería) y en Albuñol (Granada), produciendo numerosas víctimas mortales y resultando arrasados
La Rábita (Granada) y Puerto Lumbreras (Murcia); la recordada como “Pantanada
de Tous”, en 1982, sufrida por las provincias de Valencia, Alicante y
Murcia, que provocó la rotura de la presa de Tous en el río Júcar, dando lugar
a una catastrófica inundación con más de 30 muertos. ¿Quién no recuerda la
riada del camping de Biescas de 1996, en la que una fuerte tormenta arrasó el camping de
las Nieves en Biescas (Huesca), causando 86 muertos y un niño desaparecido? Ya
la de 2002 en Tenerife y la de 2016, en el Levante, son más recordadas
por todos.
Pero
fenómenos meteorológicos,
ahora relacionados con el Cambio
Climático, se han observado también lejos de las costas mediterráneas antes
de que los combustibles fósiles salieran del anonimato: el 12 de mayo de 1886,
cuenta eldiario.es, el viento dejó en Madrid cerca de cincuenta
muertos y varios centenares de heridos. El evento meteorológico, que es citado
por Galdós en Misericordia,
fue calificado por la prensa del momento de huracán o ciclón, y aún hoy se
puede encontrar información en artículos que lo califican como el tornado de Madrid.
Para su recuerdo perenne, a la mayoría de esos sucesos, más los
centenares similares que a lo largo de la historia no dejaron ni rastro en los
archivos, solo le faltaron los smartphones
de última generación retransmitiéndolos en directo, los ecolorrestos de las montes sucios y abandonados o los miles de
coches taponando las acequias, túneles o cunetas y, benditos ellos, le sobraron
la estulticia, la malicie, la vileza y la inmoralidad de los valedores de la
justicia revolucionaria.
Que hay que buscar responsabilidades, sin duda; que la
descoordinación entre administraciones es un hecho que debería tener mejor y
más rápido arreglo que el Cambio
Climático, sin duda; que no es lo mismo (RAE) un palo que un palazo, sin
duda; que no es lo mismo recibirlo que simularlo (¡estoy bien!, repetía Judas sin que nadie le preguntara), sin
duda; que no es lo mismo la derecha extrema que los siempre indignados de la
extrema izquierda, sin duda; que el Plan Hidrológico Nacional de 2001 era
un plan y el de 2005, que lo suplantó, un bosquejo, sin duda; que, por ello,
las consecuencias del 29-O debieron ser otras, sin duda; que de los desembalses
que cebaron la tragedia nadie habla… de momento.
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