29/07/15. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
Sucedió, como tantos desatinos, en aquel tenebroso verano de la subida del IVA y del IRPF, del atraco a los funcionarios, de los recortes de las pensiones, del freno a una Ley de Dependencia ya de por sí escuálidamente lánguida y de la supresión de ayudas a la maternidad y a la acción social, entre otras gracietas de Zetapé y de Griñán, que la progresía se afana ahora en ocultar a toda costa.
El admirable objetivo no era otro que advertir a los usuarios del sistema nacional de salud, mediante la llamada “factura en la sombra”, del coste de ir al médico y recordarles al tiempo que ese habitual trance no es, ni mucho menos, gratis.
Así se pretendía, por ejemplo, informar previamente que “su operación de apendicitis va a costar al conjunto de la sociedad unos 2.900 euros y puede encarecerse hasta los 8.500 si hubiese complicaciones”, o que “su trasplante de riñón rondará los 45.000 euros, o los 100.000, si es de corazón”. O, antes de salir por la puerta del hospital, que “su parto sin complicaciones le ha costado al Sistema Nacional de Salud 1.835,25 euros”, o que “tras las complicaciones habidas, la atención a su alumbramiento mediante cesárea se ha elevado a 4.651,65 euros”, o que, en fin, su cirugía de cadera, prótesis incluida, ha ascendido a 15.152,35 euros”.
Las cifras -aproximadas y ahora actualizadas- no son fruto del azar, sino ejemplos concretos facilitados por la Dirección General de Planificación e Innovación de la Junta de Andalucía que, al sur de Despeñaperros, sobre la marcha, ágil y apresuradamente, tomó el relevo de la ministra para, megáfono en mano -léase Canal Sur, Cadena Ser o cualquiera de los medios subvencionados- bombardearnos con una intensa campaña de propaganda que cifraba la implantación de la “factura en la sombra” en la “Andalucía imparable” antes del final de aquel 2010 y que, a menor escala, llegó a detallar los precios de la lista de otros procedimientos, pruebas diagnósticas o tests complementarios, tales como los 100 euros de una biopsia, los 35 de una ecografía, los 200 de una sesión diálisis, o los 100 de una de radioterapia.
La medida, nunca puesta en práctica, ya llegaba entonces tarde. Concienciar a los usuarios y pacientes, educar en definitiva, de lo que cuesta el acto médico y los medicamentos es básico para que todos actuemos con responsabilidad. El problema de nuevo radica en la perversión del lenguaje al uso de los políticos. No es lo mismo, para salvaguardar la sanidad pública que nos hemos dado, dirigirse a la población hablando de sanidad gratuita que de asistencia sanitaria universal; por cierto, con unos costes hoy por hoy casi insostenibles por culpa del latrocinio institucionalizado en la sociedad. No puede ser lo mismo salir por la puerta de un hospital vanagloriándose de “haberme ahorrado 10.000 euros” que dando las gracias y reconociendo que “entre todos habéis apoquinado los 10.000 euros de mi intervención”, no es igual ufanarse de “no haber pagado nada por este costoso medicamento” que “agradezco tu aportación para mi brebaje”; porque, parece mentira tener que aclararlo a estas alturas, la financiación de ambos remedios nace de los impuestos, del dinero público que, aunque la inefable Carmen Calvo afirmaba ufana que no era de nadie, hemos de concienciarnos de una vez que es de todos.
Ni que decir tiene que si a estos precios hay que sumarle el adecentamiento de cuatro habitaciones de la cuarta planta de Ginecología del Hospital de Valme (albañilería, pintura, grifería, teléfonos, tomas de oxígeno y otros gases medicinales, equipos de reanimación pediátrica ad hoc, sábanas rotuladas sin faltas de ortografía, etc.), mientras permanecen cerradas la planta de Urología y un ala de Pediatría, el importe de la factura final adquiere unos caracteres épicos difícilmente desembolsables para el común de los usuarios.
La crisis económica sólo ha venido a acentuar el debate sobre cómo proteger el sistema sanitario y la premisa fundamental es tener todos bien clarito que tanto la sanidad como el resto de servicios públicos no son en absoluto gratis, que nos cuestan el dinero a todos… y a todas, dicho sea por aquellos y aquellas que todavía se ofenden con el uso de un lenguaje al que tachan de sexista pero que manipulan como genios a su antojo y en su propio beneficio.
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