06/07/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“La sonrisa de padres
primerizos ha vuelto a dibujarse en los rostros de todos: desde el bipolar
Aznar (“porque yo lo valgo”) al conserje de la sede más esmirriada y perdida en
la geografía española han vuelto a ufanarse de la gaviota”
“En clave doméstica, y para
colmo de satisfacciones, los líderes andaluces enseñaron también la patita de
su excesiva autoconsideración”
“Los cabecillas del PP, como
Narciso un día de verano, continúan mirándose en las cristalinas aguas de un
lago -casi un mar- de ocho millones de votos”
Cuenta la mitología
griega que Narciso era un joven muy hermoso. Tiresias, un vidente de la época,
había predicho que viviría muchos años, siempre y cuando no se viese a sí
mismo. Su arrogancia le impedía percatarse de los encantos de los demás,
tanto que, entre centenares de pretendientas, rechazó a la ninfa Eco, que se
había enamorado perdidamente de él, tras lo cual la joven languideció. Una de
las despechadas, sin embargo, quiso darle de su propia medicina para que
supiese de primera mano lo que era el sufrimiento ante el amor no
correspondido. El deseo se cumplió cuando un día de verano Narciso descansaba
tras la caza junto a un lago de superficie cristalina que reflejaba su propia
imagen, con la que quedó fascinado y se enamoró de lo que veía, hasta tal punto
que dejó de comer y dormir por el sufrimiento de no poder conseguir a su nuevo
amor, pues cuando se acercaba, la imagen desaparecía. Obsesionado consigo
mismo, Narciso enloqueció y murió con el corazón roto por el desamor. En su
-dudoso- honor se emplea el término “narcisismo” para definir la excesiva
consideración de uno mismo.
A raíz del 26-J,
pareciera que un primo hermano del protagonista haya hecho su aparición en
escena: el Partido Popular, que se ha mostrado “encantado de conocerse” tras
los resultados electorales. Sin haber entrado a analizar siquiera someramente
el cómo, el cuándo y el porqué, sus máximos responsables parecen no ser
conscientes de que los españoles les han brindado una oportunidad que, con toda
seguridad, será la última si continúan mirándose en el estanque de la
autocomplacencia y si persisten sin advertir las causas de este apoyo a la
desesperada de ocho millones de compatriotas.
O despiertan ya del
beatífico sueño en el que se encuentran sumergidos, en forma de lo que ellos
suponen un “nuevo cheque en blanco”, o despertarán, más pronto que tarde, en el
averno y ya sin remedio, de una pesadilla rememorativa de la UCD del XXI.
Dicen los
confidenciales que el -moderado- triunfo popular esta vez ha llegado de
la mano de Moragas y de una tal Isabelle, a la que instaló en la calle Génova
un mes antes de las elecciones, una figura en ciernes de The Messina Group
(TMG), empresa estadounidense que ha recibido casi 300.000 euros por el
encargo de hacer de Facebook la plataforma de lanzamiento del PP de cara
a los comicios y que, previamente, había ayudado a ganar elecciones a Barack
Obama y David Cameron.
Sea cual sea el
origen, que el éxito tiene muchos padres y que el fracaso es huérfano se atisba
una vez más en los líderes y lidercitos del partido en el gobierno (en
funciones). Los mismos que en diciembre censuraban el pírrico 123, no
tardaron un minuto en apuntarse el tanto 137. La sonrisa de padres primerizos
ha vuelto a dibujarse en los rostros de todos: desde el bipolar Aznar (“porque
yo lo valgo”) al conserje de la sede más esmirriada y perdida en la geografía
española han vuelto a ufanarse de la gaviota.
En clave doméstica,
y para colmo de satisfacciones, los líderes andaluces enseñaron también la
patita de su excesiva autoconsideración: Juanma, “el ausente”, se adueñó
sobre la marcha de la victoria en Andalucía, la tercera de la historia tras las
míticas de 2011 y 2012. Tanto alzó la espada que hasta Zoido y Bueno (victoria
en la capital y derrota en la provincia) se han hecho simpatizantes del
malagueño, enterrándose momentáneamente el hacha de guerra entre oficialistas
y críticos de la provincia, léase Cospedal, Tarno y los dos citados frente a
Arenas y el clan de los Pérez, Virginia y Beltrán.
Diez días después
de las elecciones lo que se percibe es que no se han enterado de nada. Parece
claro que el resurgimiento del mortecino PP -verum est et Podemos dixit-
ha llegado de la mano del miedo, más bien del pánico, de ver convertida a
España en una nación populista y socialista al uso caribeño. El mandato de sus
votantes y que a esta hora continúan ignorando es concluyente: “última
oportunidad para la renovación de los cuadros y de un ideario tan borroso y
desdibujado como efectivamente socialdemócrata, apolillado y letal”.
Los cabecillas del
PP, como Narciso un día de verano, continúan mirándose en las cristalinas aguas
de un lago -casi un mar- de ocho millones de votos. Lo peor es que se han visto
reflejados y se han enamorado de sí mismos. Lo siguiente, caso de que no
recapaciten, será dejar de comer y dormir, enloquecer para, finalmente, morir
con el corazón roto por el desamor, el que le hará mil pedazos una multitud de
votantes tan temerosos del populismo como entusiastas del voto útil ante una
coyuntura histórica, pero dispuesta a ponerles los cuernos si continúan
ensimismados en su galanura y donaire.
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