27/06/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“La juez Núñez Bolaños ha vislumbrado
en los últimos días de la campaña electoral que en los próximos meses archivará la pieza política de la macrocausa
de la formación”
“Su profético auto de archivo ha sonado a música celestial al régimen
andaluz sin que ninguno de sus gregarios, a la cabeza estapresidenta,
haya maldecido la ocurrencia de la titular del número seis”
Si ayer me refería
a la aparente normalidad con la que asumimos las escuchas ilegales (de otros,
naturalmente), hoy le toca turno a la insondable postura que mostramos no ya
ante filtraciones de sumarios judiciales sino frente a -¡más difícil todavía!-
filtraciones de futuras decisiones que -per se- deberían suponer que,
hoy por hoy, no están tomadas.
Pues bien, la juez
Núñez Bolaños ha vislumbrado en los últimos días de la campaña electoral
que en los próximos meses archivará la pieza política de la macrocausa
de la formación, pese a que queden testigos por declarar, a que las acusaciones
hayan pedido que se practiquen nuevas diligencias y a que aún reste el informe
último de la Fiscalía Anticorrupción.
Parece claro que a
estas alturas la magistrada que aterrizó, mediante concurso de méritos, en el
Juzgado de Instrucción Nº 6 de Sevilla, tras una repentina fiebre de seducción
por la jurisdicción penal, mejor dicho por ese concreto órgano judicial (“¿por
qué será?”, decía La Bombi), barrunta, más bien tiene claro que dará
carpetazo a la causa en la que se investiga a 24 ex altos cargos de la Junta,
al apreciar irregularidades administrativas donde su antecesora veía posibles
delitos.
Lorenzo del Río,
presidente del TSJA, hablaba hace bien poco de una regla no escrita (“los
jueces no deben interferir en las campañas electorales con sus resoluciones”).
También se dice en el mundillo del derecho que los jueces hablan
mediante autos o sentencias. La juez Alaya se convirtió en la
diana preferida de los portacoces socialistas cuando sus resoluciones
aparecían en fechas cercanas a citas electorales. No es el caso de su
sustituta, cuyo profético auto de archivo ha sonado a música celestial
al régimen andaluz sin que ninguno de sus gregarios, a la cabeza estapresidenta,
haya maldecido la ocurrencia de la titular del número seis.
La eterna vara de
medir responsabilidades y/o golfadas no abandona el rincón de los mediocres:
los que exigen la dimisión “por corrupción” de un ministro pánfilo que se deja
grabar en su despacho, no aprecian motivo parecido en los ex presidentes
andaluces imputados porque “no se han llevado un duro”, queriéndonos atizar
a los poresitos incultos desde su jacobina instrucción que la
prevaricación o la malversación no son delitos de corrupción, al tiempo que
ahora esconden bajo siete llaves en el baúl de los recuerdos las valoraciones
de hace justo un par de meses del consejero de Llera, cuando entendía que “los
jueces de instrucción actúan como reyes de taifa” o proclamaba que “los fiscales
no son independientes”, mientras -alamismavé que diría aquél- la Diputación de Sevilla reconocía hace un
mes la “encomiástica y abnegada labor” de la fiscal jefe de Sevilla, inminente Medalla
de Andalucía y, si no, al tiempo.
María José Segarra,
hagamos memoria, discípula de Carlos Jiménez Villarejo, llegó al cargo en
noviembre de 2004, tras la victoria electoral de ZP y fue nombrada por el
entonces fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido. El pasado año, la
actual mandamás de los fiscales, saltándose a piola la propuesta
del Consejo Fiscal que otorgó el respaldo mayoritario al fiscal Luis Fernández,
la respaldó para un tercer mandato que la llevará al filo de los 20 años al
frente de la fiscalía sevillana.
Termino como ayer:
No aprenden, no.
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