26/06/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“En la cárcel, condenado a
42.000 años de cárcel, un morito de Lavapiés que cometió el “error” de dejarse ver en dos trenes distintos a la
misma hora por dos testigos (testigas en el argot moderno)
rumanas”
“Ahora se publica la primera
entrega de unas conversaciones mantenidas hace dos años por el Ministro del
Interior en su despacho, en las semanas previas a uno de los múltiples intentos
de golpes de Estado catalanista, con el responsable de la Oficina Antifraude de
Cataluña”
El 11 de marzo 2004
-a tres días de unas elecciones que, encuestas mediante, tras dos legislaturas
de progreso efectivo, no de recurrente muletilla, refrendarían el éxito
aplastante de un gobierno que había reconducido al país desde el desempleo
generalizado al empleo de calidad, desde el aislamiento a los éxitos en
política exterior, desde el estercolero del corral al cuarto de baño
alicatado hasta el techo- en cuatro trenes distintos y a la misma hora, acabaron
no solo con las vidas de 200 compatriotas y dejaron terribles secuelas en otro
millar, sino que volaron las ilusiones de crecimiento, las ansias de
modernidad, el orgullo de ser y sentirse occidentales, sembrando -lo que, visto
con perspectiva, fue aún peor- la semilla del odio, de la división, del
enfrentamiento...
En la cárcel,
condenado a 42.000 años de cárcel, un morito de Lavapiés que cometió el “error”
de dejarse ver en dos trenes distintos a la misma hora por dos testigos
(testigas en el argot moderno) rumanas. En el paraíso, sus siete
compañeros que, casi un mes después, se inmolaron en Leganés aunque los
informes de las autopsias no se pronuncien, sencillamente porque los exámenes
anatómicos post mortem no se realizaron. Bueno... lo del edén y lo del
“merecido” premio de las seis docenas de huríes tampoco puede ser confirmado
porque, felizmente, permanecemos de momento en el mundo de los vivos y,
también, porque el 11-M es el único atentado “yihadista” de la historia donde
los terroristas matan indiscriminadamente sin rasurarse, sin sucesivas capas de
calzoncillos y sin inmolarse y luego se inmolan sin intención de matar a nadie.
¿Para qué sirvió?
¿Quién se aprovechó?
El 22 de junio de
2016, a cuatro días de otras elecciones generales -¿para qué servirá? ¿quién se
aprovechará?- se publica la primera entrega de unas conversaciones
mantenidas hace dos años por el Ministro del Interior en su despacho, en las
semanas previas a uno de los múltiples intentos de golpes de Estado
catalanista, con el responsable de la Oficina Antifraude de Cataluña,
magistrado nombrado por los 2/3 del parlamento autonómico y que tiene atribuido
por ley “el control del sector público en el ámbito de la prevención y la
investigación de los casos de corrupción”.
¿De qué ha de hablar, entonces, un ministro al mando de las fuerzas de
seguridad con el encargado de investigar la corrupción en el sector público?
Lo conversación, en
nada edificante, se realiza en un entorno íntimo, en la que deberían sobrar las
opiniones de todas las personas no presentes, cuestión más que suficiente para
que, en un país civilizado, la opinión pública no tuviera acceso a ella; claro
que, para ello, hay que estar en posesión de unos particulares principios
respetuosos especialmente con el artículo 18 de nuestra Constitución y que no
se compadecen con los generales de un país donde la telebasura de la
isla de los mosquitos (donmanué dixit) y de los grandes
hermanos está a la orden de la calle. Ya tuve ocasión hace muchos años de
desoír la invitación de un alcalde y de algunos funcionarios de un gran
municipio cercano a Sevilla que me invitaban, entre un jolgorio perverso, a ver
el “vídeo de Pedro Jota”. De la misma forma hubiese actuado el pasado miércoles
si los medios de comunicación me hubieran dado la oportunidad de acceder o no a
una conversación del ámbito privado.
Al margen de las
derivadas políticas del diálogo -en nada ejemplar, repito- resulta inaudito,
por no decir acojonante, que se pase de puntillas y se otorguen visos de
normalidad y legalidad al hecho de que se grabe al Ministro del Interior en su
despacho y se difundan públicamente las escuchas. Tengo claro que si no dimite
por el fondo de la conversación (entiendo que no procede), debe hacerlo por su
demostrada incompetencia, por su extremada inanidad, la misma que, al estilo
del famoso Abundio, aquel que a la vendimia llevaba uvas para el postre,
permite que las cloacas infectas del Estado no las desatasque a estas alturas
ni los más experimentados varilleros del planeta, cuestión que, por otra parte,
les está pero que muy bien a ciertos políticos centristas-pasteleros-buenistas
que, como tuve ocasión de escuchar a un exministro popular, presumen, tras su
arribada al poder, de mantener en sus cargos al personal de confianza
del anterior inquilino del ministerio: “la mejor Directora General que yo he
tenido la nombró mi antecesor socialista”. No aprenden, no.
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