01/06/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“No se puede abordar una lucha
seria contra la corrupción si todos y cada uno de nosotros no entonamos, cada
cual a su escala, un mea culpa
sincero y rompedor”
“Al tiempo, y aún más difícil,
habrá de rescatarse a un PSOE a la deriva que lo mismo se envuelve en una
monumental rojigualda que se tira a
la calle, al grito de “independencia”, contra las decisiones del Tribunal
Constitucional”
La sociedad
española se enfrenta en los últimos años a desafíos que hubieran sido
impensables hace una década: la deriva
nacionalista y el ascenso populista
se han revelado como las dos principales
dificultades que habrán de enfrentar de forma decidida y categórica los
ciudadanos españoles en el próximo lustro.
Ambas dos llegaron
en comandita convirtiendo en “fétida charca” el “estanque dorado” de la
reconciliación nacional y sus consecuentes logros, obras de la ahora denostada
Transición; la primera, principalmente, por la inacción de los gobiernos monclovitas,
cuando no de su propio laboreo; la segunda, a resultas de una crisis financiera
y económica mundial -también de valores- elevada a la enésima potencia por las
tan singulares como estériles componendas domésticas puestas en práctica al
albur de la corrupción, el descaro, la impudicia y la demagogia.
No es esa, sin
embargo, la percepción del conjunto de los españoles cuyo 47,8 % considera que
el segundo mayor problema de España es la corrupción, solo superado por el paro
(78,4 %), según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS), que sitúa a los problemas económicos en tercera posición (25,1 %) o
considera la ausencia de Gobierno como un serio problema (7,1 %), cierto es que
un 507 % superior a la anterior oleada. Para los encuestados, las dificultades
de índole social (9,7 %), la Sanidad (9,3 %) y la Educación (8,6 %) quedan a
años luz de otros problemas reales que la sociedad española no contempla como
amenaza, caso de las pensiones (2,5 %) o del “problema catalán”, que ha dejado
de ser motivo de recelo a excepción de un pírrico 0,8 %.
No podemos dar por
bueno nuestro grado de agudeza visual cuando no contemplamos entre nuestras
principales preocupaciones (solo lo aprecia el 0,5 % de los consultados) lo que
hoy en día se considera el primer problema global: los refugiados. Todavía peor
resulta el diagnóstico cuando la violencia contra la mujer -que solo es
señalada como un gran problema nacional por el 0,8 %- y los problemas
medioambientales (0,3 %), están a la cola de nuestras percepciones de
conflictos.
Ensimismados, por
lo que parece, en las finales europeas y en los realitys televisivos, no somos conscientes de que la solución a
estas dificultades tan cotidianas como perentorias han de llegar de la mano de
resonantes decisiones gestadas desde la sociedad civil, enfrentando como merece
el desafío separatista y aparcando opciones populistas cuyo recorrido, por
todos conocido, se desarrolla en el amplio margen que va desde la persecución
política al acoso a la libertad de prensa, pasando por el encarcelamiento de
opositores, el desabastecimiento, las colas, el hambre y la miseria.
No se puede abordar
una lucha seria contra la corrupción si todos y cada uno de nosotros no
entonamos, cada cual a su escala, un mea
culpa sincero y rompedor. Tampoco se puede desafiar seriamente al desempleo
sin inversión privada y ésta (lo siento RAE) nunca llegará si no se dan las
condiciones de estabilidad y seguridad económicas, las mismas que dinamitan
continuamente las ínfulas de media docena de aventureros ignorantes y de cuatro
lidercitos catalanoparlantes de Iznájar.
Salir de esta poza
pestilente en la que nos hemos instalado atañe a todos y lograrlo, por
consiguiente, no es una cuestión que competa exclusivamente a quienes, con su
actitud permisiva u omisión negligente, la generaron. Si Henry Fonda y
Katharine Hepburn obtuvieron los máximos galardones de La Academia con “On
Golden Pond”, han resultado ser otros los miserables protagonistas de la
ciénaga patria en la que ahora chapoteamos, motivo por el que volver a ver la
luz al final de este oscuro túnel no puede ser misión exclusiva de éste o de
aquél gobierno monocolor.
El problema, lejos
de solucionarse, se enquistará sin remedio procurando toda clase de males
conocidos (Los Balcanes y el Caribe en un horizonte no tan lejano) si la
sociedad española no retoma el rumbo con urgencia, exigiendo a sus dirigentes
un gobierno de coalición que, en torno a principios básicos defendidos por la
gran mayoría, afronte sin titubeos el desafío. Tiempo habrá de restablecer
diferencias.
Claro que la
solución se vislumbra lejana y, por ello, el futuro se antoja imposible: para
aproximarse a decisiones de tal calibre, previamente los resultados del CIS
deberán alejarse de pronunciamientos tales como que “el populismo no es un
problema a considerar”, o que el independentismo catalán -igual que la
violencia machista- sea motivo de preocupación para 8 de cada 1.000 españoles,
o que los refugiados estén en la mente solo de 5 de cada millar de
compatriotas. Al tiempo, y aún más difícil, habrá de rescatarse a un PSOE a la
deriva que lo mismo se envuelve en una monumental rojigualda que se tira a la calle, al grito de “independencia”,
contra las decisiones del Tribunal Constitucional.
Si seguimos
empeñados, aún “tapándonos la nariz”, en no hacer uso de los varilleros para
desatascar la balsa de inmundicia, nunca volveremos a ver correr el agua
cristalina en forma de logros de la sociedad del bienestar.
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