miércoles, 16 de noviembre de 2016

Huelga de deberes



16/11/16. Mi colaboración de ayer en El Demócrata Liberal


“Solo faltaba decirle a los maestros cómo enseñar, cómo instruir, cómo adiestrar a nuestros niños”

“Igual que criticamos la ineptitud de Lopetegui, la inutilidad de Trump o reprochamos la incompetencia de nuestro cardiólogo, enmendaremos la plana al maestro: ¿Pitágoras?, ¡a mi hijo no lo insulte!

Viene siendo noticia la “Huelga de deberes” convocada a nivel nacional por la CEAPA para todos los fines de semana de noviembre. Lo que dice el lema ("En la escuela falta una asignatura: mi tiempo libre"), entreverado con lo que se hace (“Los deberes no se hacen”) es por sí solo todo un canto a la indecencia.

Sin entrar a valorar los fundamentos del movimiento y lo que se persigue, el mensaje que se lanza a los niños es perverso: “ante un conflicto, se puede y se debe desobedecer el mandato del profesor”.

Ignoros, opinamos sin ruborizarnos -en la mayoría de las ocasiones con el codo apoyado en el mostrador de la taberna- de fútbol, de política y de medicina al nivel, o eso nos creemos, de Cruyff, de Chamberlain o de Ramón y Cajal, dejando claro nuestro nivel de expertos en tales materias y arrinconando el socorrido aserto que colige: “donde la ignorancia habla la inteligencia calla”.

Solo faltaba decirle a los maestros cómo enseñar, cómo instruir, cómo adiestrar a nuestros niños en la búsqueda del fin último de la Educación Primaria que no debe ser otra que -eso al menos dice la ley- la de “facilitar los aprendizajes de la expresión y comprensión oral, la lectura, la escritura, el cálculo, la adquisición de nociones básicas de la cultura, y el hábito de convivencia así como los de estudio y trabajo, el sentido artístico, la creatividad y la afectividad, con el fin de garantizar una formación integral que contribuya al pleno desarrollo de la personalidad”. Y ha llegado el momento de la mano de los maestrociruelas de la vida; de los que, sin saber leer, no es ya que pongamos escuela sino que desbaratamos malévola e inconscientemente la autoridad del profesor mientras desconcertamos a nuestros niños, al tiempo que impregnamos en sus permeables mentes la pavorosa idea de que la decisión sobre cumplir fielmente con el trabajo encomendado les corresponden únicamente a ellos, si acaso con el claro respaldo de sus padres, quedando el docente en un chusco segundo plano.

Sin embargo, no lo ve así CEAPA que se vanagloria (desconocemos sus herramientas de medición) del “éxito” de la convocatoria en las dos primeras semanas de su puesta en práctica y valora positivamente “el resultado de la campaña de concienciación y desarrollo de fines de semana de actividades familiares para recuperar el tiempo familiar con nuestras hijas e hijas [sic], un tiempo que nunca deberíamos haber perdido en favor de un método educativo deficiente y arcaico”. Los mismos que se oponen a los intentos de innovar planes de estudios que buscan -no digo que lo consigan- acabar con la deshonrosa  sangría de los últimos 30 años, terminan agradeciendo en su comunicado “el amplio apoyo recibido de las familias, así como el de los y las docentes [sic otra vez].

No, en Andalucía -tampoco en el resto de España- no se hace huelga por las ratios desproporcionadas, por las aulas prefabricadas que se eternizan, por los colegios e institutos sin climatizar, por la derogación de las leyes educativas de pésimos resultados, por laboratorios sin dotación, inexistentes o incorrectamente gestionados, por no cubrirse con la prontitud requerida las bajas del profesorado; sí se hace, por contra, para apuntar al maestro como el responsable de todos los males.

Nos queda un consuelo: al menos sabemos que, a partir de ahora, los tutores, las asociaciones de padres (y madres, no vaya a ser que…), sus federaciones y confederaciones y toda la pléyade de adláteres al servicio del progresismo educativo -que nos ha colocado año tras año en el furgón de cola europeo en la materia- seremos los que, igual que criticamos la ineptitud de Lopetegui, la inutilidad de Trump o reprochamos la incompetencia de nuestro cardiólogo, enmendaremos la plana al maestro: “¿Pitágoras?, ¡a mi hijo no lo insulte!”.

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