“Es noticia siempre, y
particularmente ahora por culpa de los fríos siberianos, las temidas y temibles
cifras de la factura de la luz”
“Llevémonos pacíficamente con
la ciencia porque, entre otras cosas, la electricidad no se puede almacenar en
tiempos de bonanza, la naturaleza es caprichosa y, además, no nos queda más
remedio”
“Nosotros -¡no, gracias!- no
somos de nucleares y, además, preferimos que los riesgos los soporten otros…”
Tuvo que ser Joule,
afamado antepasado de los del brexit, el que legara a la posteridad un
aserto tan acreditado como difícil de entender para el común de los mortales:
"la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma". Bajo el
famoso enunciado del Principio de Conservación de la Energía, lo que el british
legó a la Ciencia hace 170 años es que la energía puede transferirse de un
cuerpo a otro o transformarse de una forma a otra, pero la cantidad total de
energía del sistema, antes y después de cualquiera de los procesos, permanece
constante.
Es noticia siempre,
y particularmente ahora por culpa de los fríos siberianos, las temidas y
temibles cifras de la factura de la luz, ésa que permanece al acecho para
pegarle un buen bocado a nuestro presupuesto, lo cual, pese a nuestras
constantes quejas, siempre resulta más gratificante que pasar la noche entre
cartones -fueraparte alegorías- a la verita de un cajero
automático en el zaguán de cualquier entidad bancaria.
Nos hemos
acostumbrado sin rechistar a los provechos que, por mor de la electricidad, nos
hacen la vida más amable y placentera. Desde hace ya algún tiempo es imposible
concebir la vida sin ella y apenas reparamos en la media docena de genios que
fueron capaces de observar, allá por el siglo XVII, que unas partículas
cargadas eran capaces de fluir a través de un conductor. Ni se imaginaban
aquellos pollitos la que iban a liar cuatro siglos después en las
cuentas de los moradores del planeta.
Pese a lo que
escuchamos o leemos estos días, no existe ni existirá nada capaz de generar
energía o de hacerla desaparecer, por tanto, asumámoslo y llevémonos
pacíficamente con la ciencia porque, entre otras cosas, la electricidad no se puede almacenar en tiempos de bonanza, la
naturaleza es caprichosa y, además, no nos queda más remedio.
¿Pero qué pagamos
en el recibo de la luz? De cada 100 euros, 40 van destinados a las ayudas a las
renovables, al transporte y a la distribución, parcial que el gobierno ha
decidido congelar para el año 2017. Otros 25 euros van a impuestos y solo los
35 restantes se corresponden con el consumo, apartado que es justo lo que en
estos días sube como la espuma.
¿Y por qué sube? La
respuesta es fácil para quien quiera entenderlo: Pinchar la burbuja de las
renovables que el ínclito ZP infló a base de primas sigue costando muy caro a
los contribuyentes españoles; la energía solar, costes de inversión aparte, es
claramente insuficiente y la ausencia de agua dificulta la producción
hidráulica, que es la más barata; lo mismo ocurre con la escasez de viento que
tiene paralizada la producción eólica aunque, si alguna vez se amortiza, será
también asequible. Ante la ausencia de producción nuclear en Francia -que ocupa
el primer lugar mundial por densidad de población y el segundo por cantidad de
producción-, casi en parada técnica e importador temporal a consecuencia de la
revisión actual de sus reactores, solo nos queda recurrir al gas para la
producción eléctrica y es justamente el precio de esta materia prima el que se
ha disparado.
Aunque el gesto
sigue siendo el mismo, mucho han cambiado las cosas desde que llegara la luz a
nuestras casas, concretamente a mi pueblo hace ahora un siglo: Seguimos pellizcando
la pared para que se encienda la breva colgada del techo sin reparar
en los gigantescos pasos desde el provincianismo a la globalización eléctrica,
sin observar ni importarnos, salvo por el temido recibo, que el flujo de
electrones nos llegue desde la fábrica de la luz de la Rivera del
Huéznar, de los molinillos de Tarifa o de las centrales nucleares
francesas.
El objetivo a corto
plazo no puede ser otro que incrementar la oferta de gas para abaratar los
precios y a medio y largo pagar sin rechistar la “inversión” en renovables y/o
invertir en energía nuclear -la fuente más barata- para no depender de la
producción francesa (casi tres centrales nucleares gabachas funcionan
exclusivamente para exportar suministrar a España). Claro que nosotros -¡no, gracias!- no somos de
nucleares y, además, preferimos que los riesgos los soporten otros… como si
la frontera evitara, por ejemplo, que Candanchú, a 140 kilómetros de la central
de Golfech, sufra las consecuencias de un desastre nuclear.
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