miércoles, 18 de marzo de 2015

El domingo hay que votar y botar



18/03/15. Mi colaboración de ayer en El Demócrata Liberal


Una piedra en el camino
me enseñó que mi destino era votar y botar
(votar y botar, votar y botar)
Y, tirando de ranchera, al más puro “estilo Zarrías”, tal cuadrúpedos, votar con las manos o votar con los pies, en el enésimo intento (todo apunta que otra vez inútil) de botar a este régimen narcoséptico que nos ha aletargado y achicado durante ya siete lustros y al que le sigue pareciendo escaso.

En los últimos días una buena parte de mis correligionarios (y sin embargo amigos) de El Demócrata Liberal vienen difundiendo la casi imperiosa necesidad del “no voto”, de la abstención, en las elecciones del próximo domingo.
Aún valorando como merecen sus ilustrados asertos, a continuación muestro mis discrepancias. Comenzó la disquisición Eduardo Maestre que, acertadamente a mi entender, pasó de anunciar su abstención a “votar en defensa propia”. Dijo después Paco Bono (también en la radio): “… tenemos claro que una elevada abstención dejaría desnudos e indefensos a los oligarcas. Justo entonces llegaría el momento de la movilización ciudadana pacífica, que legitimada por la abstención, sería capaz de derrocar a todo un gobierno”. Y afirmó Manu Ramos: “Todo este circo de listas… no es más que la gran trampa de los partidos estatales para intentar hacernos creer que elegimos. En todo caso votan (quienes lo hagan) a partidos, en bloque”. De los reflexiones de Rafa G. García se desprende su simpatía y escepticismo ante la inaplazable política de coaliciones patria, tan al uso en su Alemania de acogida.
Tanto el Conde de Villamediana y la Divina Higea como el resto de colaboradores (Mara Mago, Cornelia Cinna, María Calvo, Sergio Calle, Salvador Navarro o José María Maldonado) no se han pronunciado expresamente al respecto al día de hoy, lo que, en principio, deja vislumbrar su participación activa el día 22 en las urnas.
Solo mi admirado Luis Escribano se ha mostrado partidario sin ambages de acudir a su colegio electoral: “… ir a votar requiere una intensa terapia previa, así como cubrirse la nariz y la boca al introducir la papeleta en la urna. La fase de terapia creo haberla superado. Si elijo abstenerme en vez de votar, favorecería a la lista o listas que presumiblemente obtendrían más votos, y según las encuestas, corresponderían al PSOE-A y al PP-A. Así que he decidido no abstenerme y votar a uno de los males menores”.
Y en esta cuestión, como en tantas otras, estoy en casi total acuerdo con él. A mi entender, las opiniones, las teorías sobre las bondades de la abstención serían válidas tras el previo oreo y la oportuna ventilación de un régimen (parangonando al dragón rojo del Apocalipsis) de siete lustros con voluntad de eternizarse, un sistema donde la alternancia hubiera tenido cabida, donde la fiscalización de los usos y costumbres de los mandamases de turno hubiese puesto las cosas en su justo sitio, no digo a los cuatro, ni a los ocho, ni a los 12 años, ¿quizá a lo 16?
Hubiesen bastado, sin necesidad de alayas, los órganos de control que el derecho administrativo pone en manos de los funcionarios, en amparo de la ciudadanía, para que la ristra de escándalos disimulados durante 35 años y cubiertos por una cuarta de polvo no se hubiera producido. Ahora, ya demasiado tarde para baldear la basura acumulada, la bayeta y el pronto jabonoso de última generación se muestran insuficientes. Llegado el momento, serán retroexcavadoras las que, “encomienda de gestión” en ristre, hagan su particular agosto para despejar la escombrera.
No ir a votar el domingo significaría transigir con los responsables del fondo de reptiles y de los ERE fraudulentos, plegarse ante el golpe pernicioso a la administración paralela, consentir el fraude de los cursos de formación, claudicar ante los edus, contemporizar con lo de Invercaria o lo de Matsa, simpatizar con el nada competitivo Plan Bahía, resignarse con las golferías de Mercasevilla o de Astapa, apencar sin reproches con la academia de Velasco y señora, conformarse con las comisiones millonarias o los contratos laborales, al margen de los principios de publicidad, igualdad, mérito y capacidad, a retoños de próceres del régimen.
Eludir las urnas el día 22 aparentaría confraternizar con ex directores generales de Empleo o de Seguridad y Salud Laboral, santificar las ayudas a sus amiguetes e incondicionales eludiendo la normativa en materia de subvenciones, amigarse con el nepotismo en detrimento de cuantos esperan -hincando los codos- una oferta de empleo real y no simulada, alejada de la campaña electoral.
Irse a la playa o a la serranía el domingo, sin hacer uso previo del voto por correo, simbolizaría arrodillarse ante las vacas asadas –que no sagradas- con billetes previamente ocultos bajo los colchones y obtenidos facinerosamente al modo Axarquía; figuraría doblegarse ante facturas falsas “justificativas” de subvenciones de fines imposibles o directamente inexistentes, representaría tolerar el uso de las tarjetas platinum para fines “mundanos” y del coche oficial para asuntos personales, o glorificar el cobro de dietas para exhibirse de gañote en el palco del Camp Nou acompañando a la U.D. Almería, o para la compra de palos de golf, trajes, jamones y quesos a costa del presupuesto de los bomberos…
El principal argumento de los abstencionistas (la desnudez e indefensión de los oligarcas ante la escasa participación) no me vale. El actual Estatuto de Autonomía para Andalucía, respaldado por los dos grandes partidos, se refrendó por el 31 % del censo electoral, y ahí está, tan ricamente, en el BOJA y en el BOE.
Mostré al principio mi “casi” total acuerdo con lo expresado por Luis Escribano. La escasa diferencia reside en que yo no votaré “el mal menor” de los partidos minoritarios y, menos aún, cuando las encuestas y el silencio cómplice apuntan a un pacto de nuevo cuño que servirá para arrimar al régimen a las cuatro décadas, camino de la media centuria; alianza a la que no llegan ni IU, desairada, humillada y degradada por los electores, ni Podemos, ninguneado por Susana y la Internacional Socialista. Leche y en botella.

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