25/05/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“¿Si les repele el símbolo de tantos males, por qué lo ambicionan, por
qué lo celebran?”
“Para Nietzsche, el amor y el
odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro”
“En el mundo del fútbol no
debe dejarse pasar la oportunidad de que en la próxima temporada un
Palamós-Barcelona se convierta en un derbi
nacional como pocos”
Si, como se afirma,
el fútbol es fiel reflejo de la sociedad, lo de las ansias de independencia
“real” de los catalanes se convierte en la farsa más perversa que se haya
tenido ocasión de contemplar. Si la pretendida “desconexión de España” es su
principal prioridad, solo cabe pronosticar su fracasado desenlace. Anteayer,
con el Vicente Calderón convertido en parlamento improvisado de Las Españas (Hispaniarum), quedó plasmada la absoluta
dependencia -sumisión casi- al Estado español de los que dicen querer decidir
por su cuenta los destinos de su gente.
Igual que el FC
Barcelona -genuino rey de copas con sus 28 títulos- no es el mismo sin la Copa
del Rey, los dirigentes catalanes no son nadie sin el ministerio de Montoro,
sin las ubres del Estado que les amamanta, sin ese enemigo perfecto a quien
achacarle todos los abominables males que sus excelsas bondades son incapaces
de mitigar siquiera.
Los cabecillas de
la movida independentista son conscientes de que la mejor forma de mamar sin
miedo al destete es continuar -ora pasito adelante, ora pasito atrás-
amenazando con su marcha, sabedores de que el día que lo consiguieran se les
acabaría el chollo y, por consiguiente, sin enemigo aparente al que culpar,
tendrían que ponerse a trabajar, a dejar de vivir del cuento y a presentar
cuentas de resultado, lo que a todas luces resulta más embarazoso que la
perenne escenificación victimista a la que nos tienen a todos sometidos.
Sus
reivindicaciones, por otra parte, no acabarían ahí: Valencia, Baleares y el
Bajo Aragón serían sus subsiguientes exigencias; Cerdeña y el Reino de Nápoles
no tardarían en formar parte de ellas. Todo ello sin olvidar que, por aquello
de la intentada catalanidad de Colón o de
Cervantes, sus ansias imperialistas llegarían por el sur hasta
Despeñaperros.
Descendiendo del
plano general al particular, lo que ocurre con el FC Barcelona, principal
embajador del prusés en el mundo,
plasma una esquizofrenia colectiva digna de analizar: en el ámbito del deporte
resulta ser el único caso de un colectivo que ansía -con sólidos argumentos en
forma de plantilla millonaria- el título que le reconozca como el mejor de una
competición a la que, por otra parte, odian. ¿Si les repele el símbolo de tantos males, por qué lo ambicionan, por
qué lo celebran? La explicación necesariamente ha de encontrarse en la
psiquiatría freudiana.
La coexistencia del
odio y el amor no pasó desapercibida para el padre del psicoanálisis, quien
definió la cuestión con el término de “ambivalencia emocional”, una pulsión que
forma parte de nosotros y, a lo que se ve, de esta pandilla de cínicos que no
puede evitar sentirlos simultáneamente, aunque ello les provoque malestar. En
la ambivalencia, el amor y el odio, no se sustituyen, sino que pueden convivir
juntos sin desplazarse el uno al otro. Se necesitan, se retroalimentan.
Según la psicología tradicional y “la de
andar por casa”, lo lógico sería despreciar, no ansiar, aquello a lo que se
odia. En ocasiones, las personas con depresión, esquizofrenia, psicosis o neurosis
y, a lo que se ve, los culés-nacionalistas (inmensa minoría de los que en el
mundo son), muestran un comportamiento ambivalente digno de estudio.
El ambivalente,
según explican los tratados de psiquiatría, comienza a desconfiar de sí mismo
para, finalmente, ya no saber lo que siente o deja de sentir. Esto da lugar a
la ansiedad y a la soledad que pueden desembocar en una profunda depresión. No
se odia a quien se desprecia; se odia a
quien se estima igual o superior. Para Nietzsche, “el amor y el odio no son
ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro”, magnífico
aserto que explicaría categóricamente lo que se cuece en el ideario de la
deriva nacionalista.
Las esteladas, el
ultraje al himno y a los símbolos de la nación, el desprecio hacia el resto de
los españoles, han sido la comidilla de los últimos días. El FC Barcelona, en
lugar de aprovechar su magnificencia para ensanchar aun más su grandeza, ha
elegido el camino de la enorme pequeñez, prestándose “de gratis” a las cuitas
del nacionalismo que lo usa a su antojo con grave quebranto de las decenas de
miles de seguidores extremeños o manchegos, de los millones de culés que en el mundo son y serán.
Llegada es la hora
de cortar definitivamente los vuelos a quienes conviven a gustito con nosotros mientras ocupan el ancho del embudo y se
muestran resabiados y molestos cuando se trata de la solidaridad
interterritorial. En el mundo del fútbol no debe dejarse pasar la oportunidad
de que en la próxima temporada un Palamós-Barcelona se convierta en un derbi nacional como pocos o que un
Barça-Mollerussa sea el foco de atención del universo futbolístico mundial.
Corolario: Si el
club catalán por excelencia, en su ambivalente discurrir, desprecia la
competición que tanta gloria le continúa reportando, solo se pueden tomar dos
medidas: la primera pasa por no permitirle disputar las competiciones oficiales
españolas, la otra por una cita multitudinaria en el mejor gabinete de
psicoanalistas del mundo-mundial. ¡Ya está bien!
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