martes, 27 de octubre de 2015

¿Siempre tienen que jugar los mejores?



 
Es la moda invariable en derredor del Sevilla FC, el mantra que se suelta sin sonrojo aparente en las redes sociales, en cualquier taberna, a cualquier hora, por los “entendidos” del deporte rey, por esos perennes “hombres de fútbol” conocedores de los entresijos del vestuario sevillista e inventores, junto a los escoceses, de esto del balompié. Lo tienen claro: “La culpa, del maestro armero”, no porque Unai Emery naciera en Eibar, que lo hizo a 75 kilómetros en la también guipuzcoana Fuenterrabía, sino para mostrar con claridad el destino de sus fobias, de su aversión, cuando las cosas no marchan como a todos nos gusta que vayan.
 
Hasta mi admirado Antonio García Barbeito se ha unido en ABC al coro de esa verdad a medias por la que claman los infalibles: “en el campo han de estar siempre los mejores”, proclaman -proclama- obviando que tal aserto no puede culminarse con un tajante punto y final y que, necesariamente, ha de ir seguido de otro igual de notable: “… siempre que estén bien, en las mejores condiciones físicas y técnicas”.
 
No, Antonio y queridos destrozabanquillos, no: Banega y Konoplyanka no pueden jugar con las dos piernas escayoladas, como aseguras tirando de hipérbole, sencillamente porque cuando el mister necesite a Reyes, Vitolo, Nzonzi, Iborra o Krohn-Dehli, puede recibir y con razón sus desairadas negativas. ¿O ya no nos acordamos del estado físico en el que llegó Banega de la Copa América y el tiempo apartado por su lesión, o la actitud del propio Konoplyanka, y sus disgustos con la báscula, rechazando la camiseta cada vez que ha disfrutado de minutos en el comienzo de esta temporada?
 
Nueve partidos, nueve, aseguran que ha tardado el técnico en dar con la tecla del once ideal, con una alineación al parecer ya definitiva, que "nos reportará nuevas glorias…", como si eso fuera coser y cantar y como si dos y dos siempre fueran cuatro en este mundillo futbolístico.
 
Así, tan ventajista como oportunistamente, se mancilla la imagen del mejor entrenador que ha sentado sus reales en el banquillo de Nervión y en el que se ha entretenido, como el que no quiere la cosa, en las dos temporadas que ha completado con el Grande del Sur de Europa, en clasificar al equipo en la quinta posición liguera y en conseguir dos títulos europeos, algo a lo que, al parecer, están muy acostumbrados estos patrones de la crítica extravagante. Y todo ello soportando estoicamente los desmantelamientos sucesivos de una plantilla que han abandonado, año tras año, sus mejores hombres y a la que se han incorporado 30 caras nuevas, treinta, amén de los canteranos, en los tres últimos veranos.
 
Nueve partidos, nueve, cierto es -y esto lo digo yo- en el que el entrenador le ha dicho con meridiana claridad a los suyos que no tiene preferencias y que los buenos, para convertirse en titulares indiscutibles, deben demostrarlo en el campo de entrenamiento y en los partidos oficiales, porque un currículum presentado ayer, ya es historia hoy. Y si no que se lo digan a Marcelo Campanal.

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