28/10/15. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
Los datos aportados
el pasado jueves por la última Encuesta de Población Activa publicada, la
correspondiente al tercer trimestre del año en curso, siguen dibujando un
panorama desolador en Andalucía, donde el paro se incrementó en 21.500 personas
en los últimos tres meses, lo que sitúa el número total en 1.281.900 parados,
frente a los 2.758.100 de ocupados, elevando la tasa de paro al 31,73 por
ciento, casi 11 puntos superior a la media nacional y superando ya a Melilla en
tan patético ranking. Un escenario desértico e infecundo donde uno de cada tres
ciudadanos dispuestos a trabajar no puede hacerlo y en el que las políticas de
igualdad tan del gusto de la casta solo aparecen para mostrar la paridad entre
el número de desempleados (652.300) y de desempleadas (629.600), ligeramente
favorable a las mujeres.
Pero el deprimente
y desalentador dato lo es todavía más al haberse producido en un periodo donde
el paro menguó, con la excepción también de Navarra, en todas las comunidades
autónomas, lo que ha supuesto en el conjunto de España 300.000 personas menos
desempleadas, un 5,79 % menos que hace tres meses, registrándose el mayor
descenso desde que estalló la crisis económica; cifra que se elevaría, en medio
punto, al 6,21 % si los andaluces nos hubiésemos conformado con que el
comportamiento de nuestra región hubiese sido similar a la de la media
nacional, aspiración nimia por otra parte si nuestra pretensión gravita, como
debiera ser, en ganar posiciones para abandonar el furgón de cola del paro
nacional y europeo.
Tras este recorte
del desempleo nacional, el número total de parados alcanza la cifra de
4.850.800 personas, y la tasa de paro se sitúa en el 21,18 por ciento, su menor
nivel desde el segundo trimestre de 2011, cuando todavía ZP campaba por sus
respetos y aún se complacía de un semestre por delante en su desesperado
intento de lacerar aún más a la nación y a una economía a la que llevó al borde
mismo del abismo, y para la que, a continuación, sus herederos, desde los bancos
de la oposición y disfrazados de bomberos pirómanos, ofrecieron el rescate de
la troika financiera como única solución al agujero de 70.000 millones de euros
que dejaron en las arcas, lo que hubiera convertido el ya de por sí desértico
panorama español en un infierno inextinguible.
El éxito, con ser
importante y sin vanagloriarse por lo mucho que aún queda por hacer, no es el
resultado que ahora se contempla, lo auténticamente complejo y meritorio ha
consistido en torcer la pendiente de una recta, la del desempleo, próxima a la vertical
y llegar a revertirla.
A menos de ocho
semanas de las elecciones generales convocadas ayer por el presidente, el
gobierno de Mariano Rajoy ha cumplido su promesa, un compromiso que hace cuatro
años era para muchos destripaterrones un brindis al sol y que hoy, bien es
cierto que a base de tan necesarias como discutidas reformas, se ofrece al
resto de Europa como palmaria ilustración de una idea de estado contrapuesta
con la que prometen otras agregaciones de población tales como Grecia y que,
todavía hoy, se nos pone de ejemplo por teorizadores de la ruina igualitaria.
Cierto es que este
gobierno de tecnócratas ha dejado de la mano otras actuaciones igual de
necesarias que, de la mano de la alta política, hubiesen proporcionado alegrías
a los liberales de un país ávido de noticias en ese sentido: la despolitización
de la justicia, que finiquitara la -solo- aparente independencia de los poderes
públicos, o la planificación consensuada de la Educación que concluyera con
facciones y sectarismos inútiles, debieran haberse acometido sin recelos en un
desesperado intento por cuadrar un círculo que, cada vez, se vislumbra más
imposible. Indiscutible es también que ha relegado los réditos que proporcionan
las prácticas que llegan de la mano de la política de vía estrecha y de la
mugrienta demagogia, esas que llenan los ojos de los televidentes en horas de
máxima audiencia. ¡Bien por ellos y mal por sus resultados!, como tendrán
ocasión de comprobar cuando los españoles encaminen de nuevo sus pasos hacia
las urnas.
Naturalmente que
queda mucho por hacer, cierto es que el número de empleados hace cuatro años
superaba al actual y, por tanto, el éxito ha de compartirse con los meritorios
españoles que, con más o menos formación, con más o menos posibilidades,
eligieron, huyendo del subsidio y de la subvención, la vía del “exilio” para
encontrar acomodo a sus inquietudes, sin olvidar también el sacrificio del
millón de personas que ha retornado a sus países de origen, despreciando y
repudiando el “papeles para todos” del ínclito supervisor de nubes y cuya
puesta en funcionamiento supuso la afluencia de tres millones de almas que, sin
tener asegurada la subsistencia, llegaron a España con sus alforjas colmadas de
ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario