18/05/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“¿A qué se debe que el
ciudadano de a pie, pese a tanta podredumbre, opte mayoritariamente por los
partidos ‘corruptos’ frente a los ‘populistas’?”
“¿Qué ha ocurrido para que,
con la que está cayendo, Rajoy siga siendo el aspirante más sólido a ocupar La
Moncloa?”
“¿Por qué se ataca sin piedad
al socorrido obrero de derechas y se
besuquea con fruición a un pijo
millonario y podemita con cuentas en Panamá, asiento en la primera fila de
la gala de Los Goya y residencia por
más de 183 días al año en Beverly Hills?”
Los últimos días
han servido para que algunos colaboradores de este diario hayan mostrado su
pensamiento político casi en absoluta desnudez: desde los que dejan bien claro
su intención de votar sí o sí a los que aseguran que nunca votaron ni votarán,
incluso los que anuncian por vez primera su abstención. Causas,
justificaciones, alegatos siempre loables, por supuesto respetables y para
todos los gustos que han hecho públicos desde su libertad y que revelan el
contraste de matices, de ideas, del individuo como eje universal del progreso,
incluso cuando la doctrina liberal sea la fuente inspiradora de todos ellos.
Aunque a nadie le
interese y ya puestos -disculpen la pedantería- anuncio que yo sí voy a votar.
Lo tengo tan claro como los que por tan tangible tienen el sentido de mi
elección. Naturalmente que lo haré. Si continúo por aquí el 26J, introduciré mis papeletas en las urnas con análogo
y máximo respeto a los que se decidan por otras opciones políticas o hayan
preferido finalmente quedarse en casa aunque les “encante votar”. Y todo porque
-en palabras de Evelyn Beatrice Halle atribuidas erróneamente a Voltaire y no a
su biógrafa-, aunque “no estoy de acuerdo con lo que dices, defendería con mi
vida tu derecho a decirlo”. Se llama democracia,
algo tan simple que no llegan a entender muchos de los que se autoproclaman sus
defensores, eternos refundadores y sempiternos exégetas de la “voluntad
popular”.
Al decir de unos
cuantos y simplificando a la máxima expresión, pareciera que, hoy por hoy, en
las urnas se elige entre corrupción y populismo. Debiera estar claro a estas
alturas que la corrupción, como la imaginación, es consustancial al ser humano,
sea de izquierdas, de derechas o mediopensionista y todos -¡mea culpa!-
“disfrutamos” de ese vergonzoso ingrediente en nuestros genes en mayor o menor
proporción, lo que nos permite distinguir a la perfección entre los hijoputas nuestros y los de los otros.
¡Y si no vean cuánto ha tardado el primer alcalde (y/o alcaldesa) podemita en colocar a su cuñado o a su
sobrino en la corporación, sin que los adalides de la decencia y del decoro
hicieran acto de aparición!
¿A qué se debe,
entonces, que el ciudadano de a pie, pese a tanta podredumbre, opte
mayoritariamente por los partidos “corruptos” frente a los “populistas”?
Básicamente, insisto, por lo inherente de tan indigna cualidad al ser humano y porque
-¡sálvese quien pueda!- no hay corruptos, sino corruptibles y corruptores.
Pero, sobretodo, porque la gente es consciente de que la corrupción tiene cura,
el populismo no. Para combatirla basta con reforzar los mecanismos dentro de
los partidos, detectarla precozmente y castigarla con decisión, sin olvidar que
la justicia, manifiestamente mejorable también, aunque tarde, acaba llegando.
Donde no se la espera es en las repúblicas bananeras y populistas que es la
otra opción, la que, a pesar del colosal apoyo en las urnas en época de crisis,
continúa mayoritariamente detrás en las aspiraciones de una sociedad
democrática moderna e instruida.
¿Qué ha ocurrido
pues para que, con la que está cayendo, Rajoy siga siendo el aspirante más
sólido a ocupar La Moncloa? ¿La gente se ha vuelto loca? ¿Casi 8 millones de
“ricos” hay en España? ¿Todos ellos son malos, mu malos, insolidarios, egoístas, corruptos…? ¿Del resto, de los
otros, todos son buenos, mu buenos,
altruistas, generosos, íntegros…?
¿Por qué se ataca
sin piedad al socorrido obrero de
derechas y se besuquea con fruición a un pijo millonario y podemita con cuentas en Panamá, asiento en la
primera fila de la gala de Los Goya y
residencia por más de 183 días al año en Beverly Hills? C’ est la vie, al menos la que nos muestra la rancia y -a la vez-
esnobista sociedad progresista que
nos descubre ora La Sexta, ora Cuatro, ora La Ser (cadenas todas propiedad de
millonarios que, justo es reconocerlo,
suplen nuestras carencias formativas
y despiertan la conciencia de clase
en una labor tan agotadora como mal retribuida”).
Quizá ocho millones
de mentecatos (y unas docenas de
ricos) votan al PP, pese a sus múltiples traspiés, porque no creen en los reyes
magos, al menos en los de cada 5 de enero; porque recuerdan entre convulsiones
el legado en forma de precipicio
recibido a finales de 2011; porque visualizan como -aunque tarde y mal y no
todos de momento- acaban en la trena presidentes y vicepresidentes autonómicos;
porque, tirando de principios y valores, se muestran dispuestos a liquidar una
deuda en lugar de endosársela acrecida a sus nietos y a los nietos de sus
nietos, que ninguna culpan tienen.
Acaso ocho millones
de memos voten al PP porque valoran
en sus justos términos: un país de oportunidades en comparación con otros de
miseria y de beneficencia; la libre iniciativa a las constreñidas regulaciones
estatales; unas pensiones aseguradas -aunque muchas veces insuficientes- a
promesas incumplidas a la griega… En fin, un abyecto pitufeo de financiación ilegal a 6,7 millones de dólares de una
potencia extranjera a los “aliados naturales de la revolución bolivariana” para
extender por aquí los desastres caribeños.
Amén de cuestiones
morales, quizá a ocho millones de pirados
les suene a cuento los manidos discursos de igualdad, gratuidad universal y
prorrateo sin límites surgidos otra vez a la luz de la candela de la crisis;
quizá no esperen rostros cautivadores y discursos grandilocuentes y se
conformen con el tan socorrido “que me
quede como estoy”. Podría ser también -Abraham Lincoln, dixit- porque “se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero
no se puede engañar a todos todo el tiempo”, y ya ha pasado alguno. Lo
trágico, lo siniestro casi, es que haya que explicarlo, por aquello de la superioridad moral de todo el arco de la
izquierda, el que va desde la pobreza extrema a la opulencia millonaria de
sus telepredicadores.
Y ahora, sin ánimo
aleccionador, aunque la perfección no exista y continúe criticando a mis
electos todas y cada una de las decisiones que no cuadren con mis percepciones,
con mi estado de ánimo en definitiva, ¿tienen claro por qué y a quién voy a
seguir votando sin necesidad de taparme
la nariz como socorridamente se chasquea?
No hay comentarios:
Publicar un comentario