18/11/15. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“Ni un solo habitante del país
vecino se ha hecho una pregunta parecida”
“Ningún hijo de l’ancienne ni de la nouvelle France, ha puesto en duda la legitimación de su
gobierno para acabar con Daesh, con o sin OTAN, con o sin permiso de la
Sociedad de Naciones”
“Mientras no pongamos en
práctica la lógica de “matar antes de que nos maten” seguiremos recibiendo
lecciones como las del pasado viernes”
¿Quién ha sido?
Desempolven ahora la pregunta, el lacerante alarido, que -seguido del bufido de
“asesinos” dirigido a los apoderados y votantes del PP- hizo su aparición en
marzo de 2004, en vísperas de unas elecciones generales vistas hoy, con la
necesaria perspectiva, como el punto de inflexión de una nación que, camino del
primer plano en los foros de las decisiones mundiales, revirtió, truncada por
nacionalismos y populismos, a su habitual y desalentador enclave.
Se insiste en que
fueron las mentiras del gobierno las que dieron origen a la infernal pregunta,
como si el hecho en sí, y en caso de certidumbre, fuera causa suficiente para
justificar un atentando yihadista,
para acabar, incluso, dando por bueno que la presencia de un barco hospital en
el teatro de las operaciones fuera vengado con la muerte de 200 españoles
entendida, si no disculpada, por -algunos- españoles.
El viernes se
produjo en París el más grave atentado terrorista en suelo europeo tras el
acontecido en Madrid y -hay que recordarlo- ni un solo habitante del país
vecino se ha hecho una pregunta parecida, o al menos no en voz alta, con la
virulencia y el cerote con la que se perpetró aquí, y no porque alguien en
nombre de EI, al día siguiente, pregonara su autoría, sino porque los franceses
demuestran tener claro que nunca, sea quien sea el responsable, van a desertar
de sus ideales, de sus responsabilidades compartidas, culpando en exclusiva a
su gobierno de todos los males.
Obligados por los
principios de nuestra tradición judeo-cristiana, tras las grises y plomizas
imágenes de la Ciudad de la Luz que venimos contemplado desde el último fin de
semana, nos hemos vuelto a preguntar los ciudadanos occidentales -no solo los
franceses- qué hemos hecho mal, en un desesperado intento de encontrar, desde
la lógica, la causa de tan dantesco efecto. Y no hay respuestas
culpabilizadoras, no puede haberlas; rebuscando en el cajón de las ignominias
lo único que encontramos es grandeza: para acogerlos, para librarlos de la
miseria y del horror y para integrarlos como propios en una sociedad en la que,
todavía, demasiada gente no está dispuesta a integrarse.
Ningún hijo de l’ancienne ni de la nouvelle France, tras el estupor, ha puesto en duda la
legitimación de su gobierno para acabar con Daesh, con o sin OTAN, con o sin
permiso de la Sociedad de Naciones. Envueltos en el azul, blanco y rojo y
cantando a coro La Marsellesa, a la salida del estadio, en la plaza de la
República, en la Bastilla, o a las puertas del ya célebre Bataclan, los
descendientes de la Ilustración han vuelto a darnos una lección de patriotismo,
de unión y de grandeza ante el fanatismo y la sinrazón.
Y no, no puede ser
lo mismo culpar a todas las religiones por igual, ni situar al mismo nivel el
cristiano ofrecimiento de la otra mejilla con la coránica búsqueda de seis
docenas de vírgenes a costa de la muerte de un solo infiel.
Proclamamos sin
rechistar el “multiculturalismo”; se nos llena la boca de “alianzas de
civilizaciones”, de noes a las guerras, de paces imposibles; amparamos sin
dudarlo a los sujetos de una lucha tan cobarde como desigual; damos la
bienvenida a miles de refugiados sin preguntarles su procedencia ni sus
intenciones, incluso a esos que intentan dar jaque-mate a la Civilización Occidental,
sin ser conscientes de que esas dos palabras pudieran no ser más que una suerte
de pleonasmo. Hay que reconocer de una vez que Europa es lo que es gracias a la
Civilización Judeo-Cristiana, seamos de comunión diaria o asistamos a las
puertas de la iglesia con ocasión de la boda de un primo lejano, mientras nos
fumamos el enésimo cigarrillo.
La yihad ha vuelto
a golpear en el corazón de Europa horas después de que Obama anunciara que “el
Estado Islámico está contenido”. Por la boca de nuestros políticos siguen
fluyendo discursos grandilocuentes del tenor de “la democracia vencerá”, sin
ser conscientes -o quizá sí, lo que es peor- de que nos venden como victorias
lo que solo son concesiones de un sistema amoral que se aviene, se aclimata, se
acomoda al ambiente de igual forma que ciertos insectos, el camaleón y otros
reptiles, se camuflan entre el follaje, mostrando muy a las claras la
volubilidad de una democracia capaz de jibarizar la moralidad a límites tan ignominiosos
cromo grotescos.
Y si insistimos en
buscar culpables en Europa y -también, en América, que es nuestra obra- hay que encontrarlos en la manía de un Viejo
Continente dispuesto a estirar su sistema de libertades abusando de una laxitud
extrema que considera iguales en derecho a gente que nos odia y que va a
continuar haciéndolo.
La victoria, si
finalmente llega, lo hará de la mano de la firmeza, de la decisión, del aplomo,
no de la democracia en sí misma; de los valores morales, no de los ideales
decrépitos.
Todo está inventado
y, mientras no pongamos en práctica la lógica de “matar antes de que nos maten”
seguiremos recibiendo lecciones como las del pasado viernes. Es lo que dice el
menos común de los sentidos, ése que todavía llaman sentido común.
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