25/11/15. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“En un último, desesperado y reduccionista
intento de apurar el análisis de la situación, los nacionalistas y los “anti”
han vuelto a utilizar el fútbol como campo de batalla donde dilucidar la
cuestión catalana”
“¿Quién ha separado más a los catalanes del
resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar o Rajoy, el Madrid o el Barça,
Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o García Ferreras…?”
“La victoria de la tropa culé
sobre la cutre parentela de los héroes del 3 de mayo, ha robustecido las ansias
independentistas de los catalanes más que a Pep Guardiola tras una merienda con
Ada Colau y Pilar Rahola”
El desafío
secesionista escenificado -elijan ustedes- por una mayoría minoritaria o por
una minoría mayoritaria del pueblo catalán, y personificada en sus legítimos
representantes en el Parlament, ha vuelto a convertirse, tras el ínterin
del terror parisiense, en ese incansable martillo pilón soportado durante toda
una vida y, singularmente, padecido en los últimos tres años. Todo ello avivado
y jaleado por un “ejecutivo” que ha llevado a la ruina, al caos, a la anarquía,
al desgobierno, a toda una región, y que no ha sabido cultivar otra política
que la del continuo desafío a la ley, empleando a modo de zanahoria su
desatinada huida hacia adelante en su exasperado intento por apartar del primer
plano los asuntos que verdaderamente importan a la sociedad catalana.
El asunto catalán
vuelve a ser “la” noticia; así, con artículo determinado, femenino y singular.
Pareciera de nuevo que en España no hay vida más allá de los Mas, Junquera,
Romeva, Baños o Forcadell de turno. Conocemos al dedillo cada una de sus
ocurrencias y somos capaces de ofrecer nuestra opinión dibujando, ora a
brochazos gordos, ora con finos pinceles, desde nuestra más absoluta libertad,
toda una gama de grises que van desde la absoluta conformidad o la completa
discrepancia con lo que allí acontece.
En la búsqueda de
responsables son muchos quienes los encuentran en la crisis económica o en la
intolerancia de la clase política catalana, casi tantos como los que achacan la
fuente de todos los males a la dejadez del gobierno central, a su escasez de
mano izquierda, a su rígida muñeca en la búsqueda de puntos de encuentro con
quienes -enrocados en posturas maximalistas- no ofrecen signo alguno de
colaboración. Y, puede, que ni a unos ni a otros les falte alguna parte de
razón.
En un último,
desesperado y reduccionista intento de apurar el análisis de la situación, los
nacionalistas y los “anti” han vuelto a utilizar el fútbol como campo de
batalla donde dilucidar la “cuestión catalana”. Y, para ello, ¡qué mejor
ocasión que aprovechar ese “clásico” con el que, indefectiblemente, nos
bombardean a su antojo desde ambas trincheras, convirtiendo en “partido del
siglo” lo que al menos son dos choques anuales!
Después pasa lo que
pasa: el hecho de enmarcar en el plano futbolístico un asunto tan trascendental
conlleva serios inconvenientes, por lo que resulta oportuno preguntarse, ¿quién
ha separado más a los catalanes del resto de España? ¿Mas y sus secuaces, Aznar
o Rajoy, el Madrid o el Barça, Jesús Álvarez o Manu Sánchez, los Manolos o
García Ferreras…?
Son numerosas las
ocasiones en las que, tras una estresante jornada laboral, usted, catalán,
extremeño, madrileño, manchego, riojano o andaluz, habrá comenzado su almuerzo
o saboreado los postres, “deleitándose” con los deportes de La 1, de Antena 3,
de la Cuatro, de Tele 5 o de La Sexta.
Soportar sin
narcóticos media docena de esas sesiones -sobresaltado, unas veces, por los
centímetros cúbicos de más o de menos, o por la turbidez, de la última micción
de Cristiano de Ronaldo; extasiado, otras, en la visión de Sara Carbonero
acompañando a sus hijos a la guardería en Oporto, o deslumbrado, asiduamente,
por el porte de Raúl y Mamen de copas por Gelsenkirchen- resulta pernicioso si
no letal, al haberse cocinado cansinamente ese caldo de cultivo idóneo para que
cualquier mortal del norte o del sur, del este o del oeste, catalán o murciano
de Cartagena, haya suplicado a los cielos, en más de una ocasión, el
advenimiento de una independencia tan bien ganada como merecida del centralismo
madrileño, al menos de ese “polvo de estrellas” que todo lo inunda.
La entrada hasta el
mismísimo corral del La Castellana, la victoria de la tropa culé sobre la cutre
parentela de los héroes del 3 de mayo, ha robustecido las ansias independentistas
de los catalanes más que a Pep Guardiola tras una merienda con Ada Colau y
Pilar Rahola. Y ello sin necesidad de argüir proclamas añejas como la de
“Espanya ens roba” cuando -eran otros tiempos- la culpa siempre era del
Guruceta del pito.
Mezclar el fútbol
con las cosas de comer tiene consecuencias ingratas. Si de Madrid dependiera la
solución, aviados íbamos: Cataluña no solo sería independiente desde el pasado
sábado a las ocho de la tarde, sino que se habría anexionado, al menos, hasta
la ribera del Tajo, por el Sur, y alcanzado el Macizo Galaico-Leonés por el
Oeste.
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