30/03/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
“No, no se ha desaprovechado
el Carnaval, tampoco la Cuaresma, para la afrenta improcedente o el vituperio
gratuito”
Mientras las calles
-imposible juzgar en qué porcentaje- han vuelto a llenarse de píos devotos y
entusiastas cofrades, no han vuelto a faltar a su cita anual los cofraderos, eternos
fraguadores de intrigas que aprovechan la ocasión para intentar hacer daño en
lo más íntimo del sentimiento de las personas, en las convicciones religiosas;
eso sí, curiosa, significada y exclusivamente, católicas.
De modo especial,
la capital navarra se ha convertido en la adelantada de la performance que inauguró Sevilla con la irreverente procesión
del 1 de mayo. Primero, con el intento frustrado de cambiar, a primeros de
marzo y por iniciativa de Podemos, la denominación de las “Fiestas de San
Fermín y la Procesión del Santo” por “Fiestas de la ciudad y Desfile del Día
Grande”; días después, cuando, durante el traslado de la Dolorosa desde la
iglesia de San Lorenzo a la Catedral, el silencio se vio empañado por gritos e
insultos a la imagen; episodio que tuvo su adelanto en la exposición blasfema
de Abel Azcona en la sala de la Plaza de la Libertad, espacio cedido por Joseba
Asiron, alcalde bilduetarra por la gracia
de sus cinco concejales (menos del 25 % del pleno) más la procurada por el PNV,
Podemos e IU, sin que en esta ocasión fuera necesario que el PSN “enseñara la
patita”. Como colofón, la procesión burlesca que el sindicato abertzale LAB
protagonizó el pasado Jueves Santo para reivindicar el cierre de los centros
comerciales en Pamplona los días festivos.
Descerebrados,
unos; resentidos, acobardados o maniáticos, otros; aprovechateguis del cuasi anonimato de las redes sociales, casi todos…
Todos han hecho (y han echado) el resto en su desmedido afán de ofender por escarnecer,
buscando comparativas imposibles, indecentes y simplificadoras entre emociones,
evidenciando una cortedad infinita de capacidades para abarcar sentimientos tan
insondables como los que son capaces de transmitir el sufrimiento, la angustia
o el desconsuelo humanos, reflejados, ora en el rostro escondido en un leño de
cedro y revelado por las gubias de virtuosos imagineros, ora en la faz de los
desheredados de la fortuna por causa de la guerra, del hambre o del abandono.
No, no se ha
desaprovechado el Carnaval, tampoco la Cuaresma, para la afrenta improcedente o
el vituperio gratuito. Y quizá ese [me sigue costando horrores la nueva
Ortografía de la lengua española] continúe siendo el gran problema: la
inaplicación, pese al número no menor de denuncias presentadas, del artículo
525.1 del Código Penal (“Incurrirán en la
pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de
los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por
escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas,
creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los
profesan o practican”).
Aunque el código del
95 lo abolió, “efectivamente, sí, ¡continúa vigente el delito de blasfemia!”.
Eso, al menos, claman a voz en grito los defensores del escarnio gratuito, sin
percatarse, o quizá conociendo, que el precepto tiene su correlato en el
segundo apartado que prevé las mismas penas para “los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de
quienes no profesan religión o creencia alguna”. El grado de aplicación de
este 525.2, sin embargo, es nulo, y lo es sencillamente porque ningún incrédulo
ha debido sentirse ultrajado por el mero hecho de serlo.
Desde distintas
plataformas se viene pretendiendo la derogación del predicho artículo,
sobretodo a raíz de la tan reciente como inesperada sentencia (basta repasar la
escasez de jurisprudencia en la materia) que ha condenado a la concejal del Ayuntamiento
de Madrid, Rita Maestre, a 4.320 euros de multa, por un delito contra los
sentimientos religiosos. Pero, eso sí, en rutilante aplicación de la ley del
embudo, no están por la abolición de su totalidad, sino solo del apartado primero.
Así, de forma tan sutil, los “inquisidores de hojalata” de la actualidad siguen
defendiendo a capa y código su “sagrado” derecho a no resultar agraviados por
su condición de ateos.
Mientras eso
sucede, por inaplicación de la ley actual y asegurada la vigencia de la futura
a su antojo, unos seguirán contando con licencia para difamar; desentendidos y
“a lo suyo”, otros se deleitarán con las obras del Renacimiento y del Barroco
por las calles, y habrá quienes, poniendo otra vez la otra mejilla, continuarán
amparados en testimonios de antiguos papiros y pergaminos que trascienden
veinte siglos después:
“Bienaventurados
sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan” (Mateo 5:11).
“¡Ay de vosotros,
cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!” (Lucas 6:26).
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