14/09/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
Rafael Casanova, una suerte de caudillo
independentista para mentes enfermas, en realidad fue un patriota defensor de
la unidad española
Para Julia Otero
con las calles llenas de independentistas la ley no puede ser la
única respuesta
Su propia existencia se reduce a demandar,
exigir, reclamar... Sin nada que reivindicar solo les restaría ponerse a
trabajar y eso ya cuesta un poquito más por muy catalanes que se consideren
Anteayer -otro 11S-
las calles de las principales ciudades de Cataluña volvieron a colmarse, aunque
menos, de nativos, charnegos y conversos a partes iguales para reivindicar “un
futuro libre y mejor para nuestro pueblo”.
Cuarenta años
después de la primera Diada, con el cadáver del Generalísimo gloriosamente
derrotado por la granítica losa del Valle de Cuelgamuros, ni la
parafernalia es la misma, ni los lemas han cambiado en exceso: Entre aquel “Libertad,
Amnistía y Estatuto de Autonomía” del 76 y este “A punt” del
domingo, festejado como el último antes de la independencia, una pella
de millones sisados, cuando no saqueados a “punta de pistola” en forma de
constante amenaza (ahora anuncian “elecciones constituyentes” tras la Diada de
2017 y otro referéndum); unos cuantos pellones de euros (y engordando) de todos
los españoles para rescatarles de la quiebra; alguna olimpiada que otra; varias
ligas amañadas; infraestructuras de primer nivel... Todo ello obra suprema de muchos:
de rufianes governs regionales, de sus consentidores, acaponados
e inútiles gobiernos monclovitas y de una troupe de españolitos
-¡otra de gambas!- más preocupada por el bronceado playero -o, en su defecto,
de montaña- que por su inmediato futuro.
La fatuidad llevada
al extremo se ha vuelto a vislumbrar en la ofrenda floral ante la estatua del conseller
en cap de 1714 Rafael Casanova, una suerte de caudillo independentista para
mentes enfermas muy distinta y distante del verdadero patriota y defensor de la
unidad española que en realidad encarnó. Solo faltó que el Molt Honorable,
a sus pies, hiciera suya las palabras pronunciadas hace 302 años por el
homenajeado: "(…) salvar la libertad del Principado y de toda España;
evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles
bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por el rey, por su
honor, por la Patria y por la libertad de toda España".
En do menor (y
perennemente sostenido) personajes públicos, catalanes para la
galería y madrileños españolísimos cuando de plata se trata, avivan
el fuego del descontento seguramente en la alocada búsqueda de un cada vez más
próximo retiro de ensueño en el estanque dorado barcelonés. Entre otros,
es el caso de la comunicadora Julia Otero que ha argüido -y se ha quedado tan
pancha- que con las calles llenas de independentistas la ley no puede
ser la única respuesta. ¿Persiguen, pues, sus palabras una respuesta al
margen de la ley?
Si aceptamos que las
calles llenas, las grandes manifestaciones, proclaman signos de identidad a
respetar necesariamente, incluso contra natura o contra legem,
mal vamos y la fototeca nos ofrece múltiples ejemplos. Valga contemplar las
calles de Berlín de principios de los cuarenta, las de Pionyang ahora, o la
plaza de Oriente en los setenta.
El independentismo
ha convertido la cuestión catalana en un mantra mil veces repetido que
deja en pañales al día de la marmota, tanto que, si de verdad persiguen
la independencia, lo tienen bien fácil, además usando la legalidad: oferten al
Estado una propuesta de referéndum pactado donde todos los españoles expresen
su opinión. Con toda seguridad y sumo gozo apreciarán que el pírrico 49 % de
adhesiones que disfrutan en Cataluña se acerca al 90 % con la participación de
todos, de todas y de todes. ¡Anda y que os vayan dando…!
El gran
inconveniente es que no descansan porque su propia existencia se reduce a
demandar, exigir, reclamar... Sin nada que reivindicar solo les restaría
ponerse a trabajar y eso ya cuesta un poquito más por muy catalanes que se
consideren.
Si tras este
undécimo desafío con fecha de caducidad impresa, la inmensa mayoría del
hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo (léase PP, PSOE, C's y las habas
contadas del Grupo Mixto) no logra un mínimo de acuerdos que ponga fin a esta
borrachera de ensoberbecidos pagada por todos a escote y afronte los
perentorios problemas que España tiene en el horizonte, habrá llegado el
momento de exigir a cada uno de los 350 sujetos que lo integran la oportuna
responsabilidad, y no solo política.
La
actuación de un gobierno fuerte respaldado por la sociedad española, sin más
dilaciones, ha de llegar de la mano no solo de la ley, que ha de seguir siendo
el arma principal, sino del pensamiento solidario hacia el conjunto de catalanes -charnegos incluidos- que,
abandonados a su suerte por su propio inmovilismo y por la inacción del resto
del Estado, no quieren eso, permanecen secuestrados en su particular Síndrome de
Mollerusa y viven acogotados y subyugados por el miedo a los camisas pardas
de nuevo cuño, esos fantasiosos románticos de una Cataluña independiente que
nunca existió, ni existirá.
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