“El gran problema de los
sindicatos es que ya nadie cree su discurso”
“Lo vistan como lo vistan, son
las deudas, los reintegros pendientes de subvenciones fraudulentas y la falta
de cash, lo que les lleva a la calle”
Anteayer, tras
decenas de meses de silencio, casi de sesteo, “tomaron” de nuevo la calle los
sindicatos dizque mayoritarios. Lo de tomar es un exceso, casi una licencia
literaria, pues la gran movilización obrera prevista para presionar al gobierno
ha vuelto a darse de bruces con el habitual y rotundo fracaso de los últimos
años.
¿Qué se exigía?
Nada de concreción,lo de siempre: la derogación de los aspectos de la reforma
laboral del 2012 que consideran más lesivos para los trabajadores, una subida
del salario mínimo interprofesional (SMI) hasta los 800 euros, la repatriación
de los miles de españoles, principalmente jóvenes, que han tenido que emigrar
en busca de trabajo durante la crisis que decían inexistente los que ahora se
manifiestan, un impulso de las prestaciones sociales especialmente centradas en
la revalorización de las pensiones y, ya puestos, medidas eficaces contra la pobreza
energética que evite la interrupción del suministro de electricidad o de gas “a
personas con escasos recursos económicos”. ¿Quién podría negarse a ello? ¿Dónde
hay que firmar? Cosa bien distinta es explicar y convencer a la opinión
pública, en una economía de recursos limitados, de dónde sacar para financiar
el monto económico que tales medidas suponen.
¿Convencer? UGT y
CCOO esperaban demostrar su poderío concentrando el domingo en Madrid
delegaciones provenientes de todas las comunidades autónomas a las que se
unirían ciudadanos de la capital y militantes de los partidos de la oposición,
todo ellos convocados bajo el lema 'Recuperar derechos'. Entre todos preveían
alcanzar una asistencia -en todo caso de seis cifras- que se vendería, porque
así sería, como rotundo éxito, como respaldo generalizado de sus pretensiones.
Lo cierto es que las cifras facilitadas por los organizadores -20.000 según sus
propias fuentes, 3.000 según la policía- evidencian no solo su incapacidad para
movilizar a los trabajadores sino, siquiera, para representarse a ellos mismos.
El número de
liberados sindicales continúa siendo el secreto mayor guardado de este país.
Desde hace un lustro suele coincidirse en unas cifras superiores a los 4.000 en
el sector privado y a 10.000 en el ámbito público. Dándolas por buenas parece
claro que la mañana soleada madrileña ni siquiera convenció a los liberados o,
quizá, si finalmente cogieron los autobuses que surcaron las vías radiales,
prefirieron directamente hacer caso al representante de CCOO que pasó a la
historia en 2012, tras un acto similar, y que al son de la Internacional (¡En
pie, famélica legión!) concluyó su alegato con un grito que avergonzaría al
mismísimo Eugène Pottier: «¡Ahora a tomar cervezas y a vivir. Salud compañeros
y compañeras!».
El gran problema de
los sindicatos es que ya nadie cree su discurso. Su imagen ha caído en picado
desde que desaparecieron de la escena los históricos Marcelino Camacho y
Nicolás Redondo, verdaderos artífices del sindicalismo español del último
tercio del siglo XX, durante mucho tiempo trabajadores en sus puestos durante 8
horas y que empleaban las 16 restantes para solucionar los trances de sus
afiliados.
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