miércoles, 27 de mayo de 2015

Sevillanos. Ernesto López de Rueda. Nervioneo



Nuestro querido Ernesto nos pone en situación sobre lo que ha de vivirse hoy en Varsovia (Nervioneo).

Vamos otra vez a intentarlo. A estar donde hay que estar. Contigo, Sevilla, compartiendo la gloria en tu escudo...

Ahora, por vez primera, tenemos un contratiempo: vuestras obligaciones os impide estar donde siempre habéis estado. La responsabilidad por encima de todo. Os vamos a echar muchísimo de menos, aunque os prometemos que nos vamos a dejar el alma... y la garganta como solo sabéis hacerlo vosotros.

 
Atrabiliarios, seductores, conquistadores. A Dios rogando y con el mazo dando. Así se conformará la expedición de 8.000 sevillistas que recorrerá más de 3.000 kilómetros de distancia para que sus viejas y raídas banderas, con las muescas del sol, el viento y la lluvia de tantas plazas europeas que ya asoló, ondeen orgullosas mientras que sus voces representan el eco de una ciudad entera, su madre, a la que no se cansan de piropear y vitorear, de llevarla más alto, al cielo a cada paso, a cada final, a cada victoria, a cada derrota.

Sencillos y alegres, pero con la mirada extraviada e ida cuando algo feo del Sevilla se escucha. “Al Sevilla insultos no, Señora, besitos” leía el otro día en palanganismo exacerbado. Así es. Dueños de nuestro destino, de nuestras miserias, de nuestra travesía del desierto recorrida con cierre absoluto de filas y nunca jamás dejando solo ni al Sevilla ni a los suyos, a los nuestros.

Siendo así que debe ser, me centraré en ello porque es mi espíritu, despreciando anécdotas y arteros desprecios en disenso. Allá que iremos 8.000, sabiendo que todos y cada uno de nuestros hermanos de colores, de sevillanía carmesí o roja y blanca por sus cuatro costados, se sentirán orgullosos de que estemos llevando allí su voz, su aliento, su corazón de sevillanas maneras porque no sabemos sino ser sevillanos, aquí o en las antípodas; en el centro del universo que es el Ramón Sánchez Pizjuán o en los sánchez pizjuanes que recreamos en Eindhoven, Mónaco, Glasgow, Madrid, Barcelona o Turín por no pecar en exceso de prolijo.

Ayer comenzó la marcha que tuvo hoy su continuación, las avanzadillas del puesto de mando que viajará a bordo del avión que conduzca a nuestros jugadores a Polonia mañana para preparar el desembarco que llegará el miércoles cuando de anochecida San Pablo sea tomado por miles de sevillistas aprovisionados de casta, coraje, alegría e ilusión que de amanecida partirán en una roja caravana de treinta aviones que aterrizarán en Varsovia a lo largo de la mañana para teñirla de Sevillismo, de esa forma incomparable de hacer sevillanía.

Luego será el campeón quien hable, el campeón de nuestros sueños que con otros nombres y otros hombres nos hace soñar, reír y llorar por nosotros y por todos cuantos ya no están y que tuvieron la gallardía de transmitir Sevilla cuando la flaqueza acechaba y el club pasaba las duquelas. De aquellas fuerzas, este músculo en una grada inimitable que no se vende ni se compra y que tan solo tiene por fijación animar a su Sevilla, que ya lo dijo ayer por aquí mi Boni con la divisa de “un nombre, una ciudad, un club”.

Así somos, joviales y dicharacheros en la confraternización como sevillanos educados en el arte de la seducción desde hace siglos y aventureros como conquistadores que hasta el minuto 94 de cada partido de nuestras vidas que se disputa cada vez que el Sevilla salta al campo, aprieta los dientes para que se sepa quiénes están enfrente, como si no hubiera mañana. A tomar Varsovia al asalto, a escalar el muro más lejano, a traer la Copa y a saborear la gloria, vamos hijos de Sevilla, que se acordarán de nosotros en el infierno y en el cielo; vamos, sevillistas, con nuestra madre por bandera; vamos hispalenses, que no hay plaza tan poderosa que se nos resista ni ánimo falta para su conquista; vamos todos a una como la grada de Nervión sabe sin mirarse, con la vista al frente, vamos todos con el Sevilla, su historia, su tropa, su gente, sus sevillanos.

Conseguirlo sería solo la guinda de una tarta de nata y fresas que está para chuparse los dedos. ¡Qué grande eres, Sevilla!

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