Que a Berizzo había
que echarlo solo puede dudarlo hoy algún juntaletra subvencionado-resultadista y ciertos
aficionados, genios más bien, los mismos que -durante tres años y para su
sonrojo, si vergüenza tuvieran- criticaban a Unay Emery mientras el vasco se
entretenía en llenar de plata europea las vitrinas de Nervión.
Otros, menos
extremosos aunque más sibilinos, critican el cambio por prematuro, por haberlo
realizado antes de un derbi, cuando -eso dicen- los dirigentes deberían
haber aguantado al argentino precisamente hasta ese choque y, en caso de
catástrofe, como finalmente ocurrió, proceder al cese.
Para gloria de este
malhadado consejo de administración, hay que reconocer que eso hubiera sido lo
fácil, repartir culpas, sin embargo -y con mayor conocimiento de causa que la
gran mayoría- procedió a asumirlas y a destituirlo justo cuando se había perdido
definitivamente la confianza en él, pensando en el Sevilla y no en salvar el
traserillo tras una -por entonces- hipotética debacle.
Pero Berizzo ya es
-triste- historia y llegó Montella…
Y está claro que el
italiano, a estas alturas no se ha enterado de la película: no toma decisiones
acertadas, no puede tomarlas, quien, recién llegado, elige a Sergio Rico y deja ir a David Soria;
quien alinea a Carole en lugar de Arana, quien dispone una misma alineación con
el negrito francés, Mercado, Nolito y Navas; quien pretende algo en el minuto 84
de un partido que se está perdiendo dando entrada a Corchia por Mercado, quien
busca soluciones sacando del campo a mudo-sordo-cojo Vázquez y metiendo a Correa
teniendo a Sarabia en el banquillo.
Cierto es que se
divisa, siquiera lejanamente, un rescoldo para la esperanza: ahora se ponen en
prácticas jugadas a balón parado que parecían abandonadas, el equipo parece más
juntito, aparecen algunos apoyos arriesgados muy alejados del tuya-mía en campo
propio, incluso se ejecutan desmarques en posiciones
adelantadas sobre los que aún pesan en exceso una rémora de abusos de pases horizontales...
Nada al fin y al cabo pero algo viniendo de donde venimos, motivo por el que hay
que esperarlo.
Dice hoy
Iborra, en
entrevista de Roberto Arrocha en ABC, que “rabia, orgullo y coraje es lo
que el
Sevilla jamás puede perder”. Pablo Blanco, ejemplo para muchos, gusta de
decir
que "al guerrero, al luchador, al que da bocados, no se pita jamás en el
Sánchez Pizjuán". La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su
porquero, más aún cuando la dice gente que ha tenido el honor de
derrochar de todo ello.
Quédense con una
palabra, "desevillistización", idea de mi amigo Ernesto López de Rueda. La RAE
hispalense la define bien claro: "acción y efecto de desevillistizar
(abandonar toda apariencia de sevillismo en el Grande del Sur de España)". Y a fe que
parece haberse conseguido. Muchos
son los culpables, unos están a la vista de todos y son objeto de un merecido
pim-pam-pum, otros huyeron a la patria de
Rómulo y Remo cuando fueron conscientes de su tremendo error.
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