06/01/16. Mi colaboración de
ayer en El
Demócrata Liberal
Queridos Reyes
Magos:
Este año creo que
me he portado bien. He (sido) intentado ser responsable y trabajador -noblesse oblige-, algo más
solidario y cariñoso si bien nunca suficiente, pero sobretodo he sido y sigo
siendo (extremadamente) pesimista ante las -pareciera que irremediables- conductas
propias y ajenas, otra vez muy alejadas de los comportamientos que nos
enseñaron a perseguir.
Aunque resulte
pretencioso y pese a mis exiguos méritos, pero méritos al fin y al cabo, este
año no voy a pediros regalos para mí. Me conformaré con intentar ser mejor
persona y, sobretodo, con no perder lo que tengo: mis seres queridos, mis
amigos, esa taza de café sin azúcar pero con la compañía de mis hijos, esas
sobremesas compartiendo ocurrencias y experiencias, unas agradables, otras menos
placenteras, y conservar también la serenidad para afrontar los problemas y dificultades
que, seguro, se presentarán…
Pero sí requiero de
vuestros mágicos logros, y trabajo os doy:
Quiero un mundo que
descubra al individuo, por encima de envolturas colectivas, como persona única
y en ejercicio de su plena libertad; donde esa libertad sea ciertamente, y no
solo en la letra de las constituciones, un derecho inviolable en todas sus vertientes:
de pensamiento, de expresión, de asociación, de prensa… y cuyo único límite lo
imponga la libertad y el derecho de los demás; donde la igualdad jurídica y
política sea real y no ficticia; donde el derecho a la propiedad
privada sea fuente inagotable de desarrollo e iniciativa individual y donde
la libertad de cultos sea respetada por todas las opciones políticas y
religiosas.
Quiero una sociedad
justa, razonable y equitativa donde prime y se prime la prestancia, la
excelencia y el emprendimiento y se auxilie legítimamente a quien no los
alcance; donde los sentimientos religiosos se plasmen en obras que pregonen la
paz y el entendimiento entre todos los pueblos y dejen caer en terreno
pedregoso la semilla de la discordia y de la guerra; donde, a resultas de ello,
los refugiados vuelvan a sus hogares; donde los frutos renten al afanoso y no
al indolente; donde el que precise, obtenga; donde el que abuse, escarmiente.
Quiero una España
unida, que eche la vista hacia delante y donde la mirada atrás solo se conciba
como la mejor forma para no repetir errores; donde tomen las decisiones los respaldados
por el pueblo soberano sin componendas ni remiendos extravagantes; donde los
políticos interpreten cabalmente las órdenes de sus representados; donde “el
espíritu de las leyes” resucite de una vez a Montesquieu en su enésimo y desesperado
intento por libertar a la justicia; donde la Educación y la Sanidad universales
(que no gratuitas) sean derechos en sentido amplio y no meros deseos de élites,
oligarquías, pandillas o círculos; donde el que aporte, se lucre; donde el que
“la haga”, la pague; donde, en resumen, “la libertad, Sancho, continúe siendo
uno de los más preciosos dones
que a los hombres dieron los cielos” y donde el libertinaje sea solo un
borroso y sombrío recuerdo de desenfrenos e impudicias de hombres -y mujeres-
ignorantes, aprendices ocasionales o habituales de las malas artes.
Quiero una
Andalucía -no demando mucho- en la media, que no a la cabeza, de las regiones
españolas; donde sus potencialidades se evidencien, se evalúen y coticen al
alza; donde la empobrecedora subvención no enquiste la iniciativa, el brío y el
empuje de su gente; donde el mito audiovisual de la chacha andaluza, que
perdura desde La Casa de los Martínez,
toque a su fin de una puñetera vez; donde la alegoría del flamenquito, de los
chistes, del salero y de la grasia se
exilie definitivamente de nuestras fronteras; donde triunfen y se reconozca la
labor de los mejores; donde la carrera laboral-profesional no dependa del estático
empresario curtido en públicas ayudas o del político de turno, que sigue siendo
el mismo tras casi cuatro décadas.
Quiero una Sevilla limpia,
reluciente y pulcra, aunque me conformaría con que algunos dueños de canes
revirtieran de una vez su insolencia en forma de desvergüenza; una capital desprendida,
estimada y adulada en voz alta por nuestros visitantes e invitados, mientras los
oriundos nos tapamos un poquito y atemperamos nuestra garganta-incensario.
Como un Alonso
Quijano de la vida, quiero que en cada casa dejéis una ración de ansias de
libertad, porque por ella “así como por
la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Un abrazo,
majestades.
Paco.
P.S.- Perenne en mi
recuerdo aquel 5 de enero del sesenta y tantos, al alba, cuando aquellos
esperados e ilusionantes -pero también aterradores- pasos hacia mi habitación del
Rey Baltasar -mi Mago de Oriente preferido hasta hace relativamente poco en que
supe de sus hazañas como Juez de la Audiencia Nacional- me obligaron a taparme
la cabeza con sábanas, mantas y colcha (lo del edredón es cosa más moderna).
Una vez concluyeron los que entendí naturales ruidos removedores de la
estancia, osadamente por el rabillo del ojo vi alejarse una figura -imposible
que fuera ella- que se parecía mucho a la de mi madre. En mis zapatos, a los
pies de la cama, un precioso estuche en plástico de la época (el tres-dos que
aún distingo con nitidez) que contenía -no faltaba ninguna, lo que ya era un
logro- 28 fichas de dominó y que acabé gastando de tanto “mover” y “remover”.
Si aquello me
reportó tanto desasosiego, ¿me habré pasado un pelín?
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