La
violencia doméstica, como el mal en general, sigue su curso, las mujeres siguen
muriendo y ello a pesar de la pretendida bondad de leyes y más normas, de
reformas y contrarreformas, de juzgados específicos, de secciones ad hoc de los
cuerpos y fuerzas de seguridad.
Los
datos que se reflejan son los que ofrece hoy el portal de la Delegación del
Gobierno para la Violencia de Género. 53 mujeres, el mismo número que en 2014,
y a falta de 12 días para la finalización de 2015, han muerto en lo que va de
año por la mano asesina de su pareja o de su ex. Probablemente, casi con toda
seguridad, el cuadro que se muestra habrá sufrido variaciones significativas e infames
a la hora de que esta reflexión en voz alta vea la luz.
Entre
medias, sin extrapolar las cifras porque resulta imposible, algún hombre
también ha pasado a mejor vida a manos de su compañera.
Ha
sido noticia en estos últimos días la nauseabunda e ignominiosa movida contra la
número tres de Ciudadanos por Madrid, Marta Rivera de la Cruz, por aseverar en
un debate electoral que “es tan grave que un hijo vea cómo su padre
mata a su madre que vea cómo su madre mata a su padre”, es decir, solo
y exclusivamente, por defender la igualdad de hombres y las mujeres ante la ley,
que es la base del auténtico movimiento feminista de mediados y finales del XIX
en Estados Unidos y que tuvo su mayor reflejo en España con Concepción Arenal y
Emilia Pardo Bazán.
La
práctica totalidad de representantes de los partidos, los del arco
parlamentario y los que pretenden ocuparlo, se han tirado a la yugular sobre la
escritora, “como si estuviésemos en campaña electoral”. Ya en el mismo debate reprocharon
a Ciudadanos que “proponga en su programa eliminar como circunstancia agravante
que el agresor sea el hombre”, lo cual no es cierto, solo una tergiversación, y
no voy a convertirme en abogado defensor de Ciudadanos, que ya los tiene, pero
lo que su programa defiende es que se aumenten las penas para todos y que éstas
se hagan “extensivas a toda la violencia intrafamiliar”, algo perfectamente
factible con el actual código penal.
Pero
no solo los esperables se tiraron al cuello, también quienes votaron en contra
de la ley, como fue el caso del PP; naturalmente que el PSOE tampoco faltó a la
batalla, los mismos que tergiversan la historia para ocultar su oposición al
voto femenino en la Segunda República, los mismos que dejaron a Clara Campoamor
desamparada mientras luchaba por el voto femenino.
Artículo
14 de la constitución, mismo delito, misma pena, agravantes de superioridad y
de familiaridad ya existen; poner uno más es un dislate que estaría bien si
sirviera para algo, pero las estadísticas desmienten tales logros.
El
aserto de Rivera de la Cruz es cosa de sentido común, la única forma de
entender un problema por cualquier persona que no esté aquejada de sectarismo; que
el que mata, sea hombre mujer, pague su delito, y que, a la vista de las
tremendas cifras, las mujeres amenazadas sean protegidas.
La
mejor forma de defender a la mujer, igual que al hombre, es desde el plano de
la igualdad, fomentando una educación que huya del -falso- amor acaparador,
egoísta y telebasurienteo. Las penas
inhumanas tampoco son la solución. ¿De qué sirve amenazar a un yihadista con la pena de muerte, o la
prisión permanente revisable, si sueñan con alcanzar el paraíso con
anterioridad a su llegada natural, matando y sin juicio previo?
Los
libros y los psiquiatras hacen más que todos los códigos penales del mundo. La
sorpresa surge siempre en cualquier telediario: “era una pareja estupenda”. Los
designios de la mente son inescrutables y ni las leyes ni los debates
electorales van a hacer cambiar de posición a los asesinos, a los desalmados y,
menos aún, a la razón. Que la jornada de hoy, de reflexión política, sirva
también de reflexión individual, humanitaria y, sobretodo, benefactora. Y que Dios
nos coja confesados.
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