miércoles, 1 de junio de 2016

Nacionalismos, populistas y varilleros 24 horas



01/06/16. Mi colaboración de ayer en El Demócrata Liberal

 
“No se puede abordar una lucha seria contra la corrupción si todos y cada uno de nosotros no entonamos, cada cual a su escala, un mea culpa sincero y rompedor”

“Al tiempo, y aún más difícil, habrá de rescatarse a un PSOE a la deriva que lo mismo se envuelve en una monumental rojigualda que se tira a la calle, al grito de “independencia”, contra las decisiones del Tribunal Constitucional”


La sociedad española se enfrenta en los últimos años a desafíos que hubieran sido impensables hace una década: la deriva nacionalista y el ascenso populista se han revelado como las dos principales dificultades que habrán de enfrentar de forma decidida y categórica los ciudadanos españoles en el próximo lustro.

Ambas dos llegaron en comandita convirtiendo en “fétida charca” el “estanque dorado” de la reconciliación nacional y sus consecuentes logros, obras de la ahora denostada Transición; la primera, principalmente, por la inacción de los gobiernos monclovitas, cuando no de su propio laboreo; la segunda, a resultas de una crisis financiera y económica mundial -también de valores- elevada a la enésima potencia por las tan singulares como estériles componendas domésticas puestas en práctica al albur de la corrupción, el descaro, la impudicia y la demagogia.

No es esa, sin embargo, la percepción del conjunto de los españoles cuyo 47,8 % considera que el segundo mayor problema de España es la corrupción, solo superado por el paro (78,4 %), según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que sitúa a los problemas económicos en tercera posición (25,1 %) o considera la ausencia de Gobierno como un serio problema (7,1 %), cierto es que un 507 % superior a la anterior oleada. Para los encuestados, las dificultades de índole social (9,7 %), la Sanidad (9,3 %) y la Educación (8,6 %) quedan a años luz de otros problemas reales que la sociedad española no contempla como amenaza, caso de las pensiones (2,5 %) o del “problema catalán”, que ha dejado de ser motivo de recelo a excepción de un pírrico 0,8 %.

No podemos dar por bueno nuestro grado de agudeza visual cuando no contemplamos entre nuestras principales preocupaciones (solo lo aprecia el 0,5 % de los consultados) lo que hoy en día se considera el primer problema global: los refugiados. Todavía peor resulta el diagnóstico cuando la violencia contra la mujer -que solo es señalada como un gran problema nacional por el 0,8 %- y los problemas medioambientales (0,3 %), están a la cola de nuestras percepciones de conflictos.

Ensimismados, por lo que parece, en las finales europeas y en los realitys televisivos, no somos conscientes de que la solución a estas dificultades tan cotidianas como perentorias han de llegar de la mano de resonantes decisiones gestadas desde la sociedad civil, enfrentando como merece el desafío separatista y aparcando opciones populistas cuyo recorrido, por todos conocido, se desarrolla en el amplio margen que va desde la persecución política al acoso a la libertad de prensa, pasando por el encarcelamiento de opositores, el desabastecimiento, las colas, el hambre y la miseria.

No se puede abordar una lucha seria contra la corrupción si todos y cada uno de nosotros no entonamos, cada cual a su escala, un mea culpa sincero y rompedor. Tampoco se puede desafiar seriamente al desempleo sin inversión privada y ésta (lo siento RAE) nunca llegará si no se dan las condiciones de estabilidad y seguridad económicas, las mismas que dinamitan continuamente las ínfulas de media docena de aventureros ignorantes y de cuatro lidercitos catalanoparlantes de Iznájar.

Salir de esta poza pestilente en la que nos hemos instalado atañe a todos y lograrlo, por consiguiente, no es una cuestión que competa exclusivamente a quienes, con su actitud permisiva u omisión negligente, la generaron. Si Henry Fonda y Katharine Hepburn obtuvieron los máximos galardones de La Academia con “On Golden Pond”, han resultado ser otros los miserables protagonistas de la ciénaga patria en la que ahora chapoteamos, motivo por el que volver a ver la luz al final de este oscuro túnel no puede ser misión exclusiva de éste o de aquél gobierno monocolor.

El problema, lejos de solucionarse, se enquistará sin remedio procurando toda clase de males conocidos (Los Balcanes y el Caribe en un horizonte no tan lejano) si la sociedad española no retoma el rumbo con urgencia, exigiendo a sus dirigentes un gobierno de coalición que, en torno a principios básicos defendidos por la gran mayoría, afronte sin titubeos el desafío. Tiempo habrá de restablecer diferencias.

Claro que la solución se vislumbra lejana y, por ello, el futuro se antoja imposible: para aproximarse a decisiones de tal calibre, previamente los resultados del CIS deberán alejarse de pronunciamientos tales como que “el populismo no es un problema a considerar”, o que el independentismo catalán -igual que la violencia machista- sea motivo de preocupación para 8 de cada 1.000 españoles, o que los refugiados estén en la mente solo de 5 de cada millar de compatriotas. Al tiempo, y aún más difícil, habrá de rescatarse a un PSOE a la deriva que lo mismo se envuelve en una monumental rojigualda que se tira a la calle, al grito de “independencia”, contra las decisiones del Tribunal Constitucional.

Si seguimos empeñados, aún “tapándonos la nariz”, en no hacer uso de los varilleros para desatascar la balsa de inmundicia, nunca volveremos a ver correr el agua cristalina en forma de logros de la sociedad del bienestar.

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