lunes, 11 de noviembre de 2024

191109. La verdad del cuchillo del derbi

 


Como he venido diciendo, siete años apartado de las RRSS, han corrido casi en paralelo con un lustro de colaboraciones muy esporádicas en otros medios y espacios tales como Letra Cursiva, El Tercer Lado, esRadio o Columnas Blancas, y que continúo actualizando en este retomado blog. Algunas, insisto, parecerán nostálgicas, otras se antojarán imposibles a la luz de los acontecimientos vividos en España y, especialmente, en Andalucía en los últimos cinco años… Ya, si hablamos de fútbol y en concreto del Sevilla FC, la situación no es la misma de entonces, no… de ninguna manera. Conformémonos ahora (ya no estamos para batallitas) con el tan socorrido y en absoluto exigente “que nos quiten lo bailao…”.

Continúo hoy con las colaboraciones prestadas en Columnas Blancas, diario sevillista donde en apenas tres meses, entre septiembre de 2019 y enero de 2020, escribí sobre asuntos relacionados con el Sevilla FC. Un total de cinco artículos que sigue con “La verdad del cuchillo del derbi”, publicado el 9 de noviembre de 2019 (3 de 5)


El encuentro entre el Sevilla F.C. y el Betis, del que el pasado 12 de octubre se han cumplido diez años, ha pasado irremisiblemente a la historia como el "derbi del cuchillo". Desmontar aquella falacia se antoja ya misión imposible pero no me resisto a contar públicamente lo que tantas veces he referido privadamente a amigos y conocidos; a continuación narro cómo viví aquellos acontecimientos en primera persona.

El partido se celebró el Día de la Hispanidad. En la víspera, el técnico Marcos Alonso dispuso en el Sánchez Pizjuán un entrenamiento a puerta cerrada al que asistí en mi calidad de responsable del Área Social. La sesión preparatoria discurrió en el medio campo de la portería de Gol Sur. En el área contraria -repleta de carrillos de mano, de rollos de cuerdas y de todo tipo de herramientas- una cuadrilla de trabajadores ampliaba la extensión y la altura de las redes protectoras que separaban –y continúan haciéndolo- las gradas de Gol Norte del terreno de juego.

El post partido es conocido por todos: 3-0 y baño absoluto a un rival que visitó el Sánchez Pizjuán de la mano de un entrenador (un tal Griguol) que se había permitido el lujo en las previas de calificar al club más grande del Sur de España de sparring del suyo.

Pero como siempre ocurre con esta gente cuando el resultado le es desfavorable -es decir, casi siempre- la noticia tenía que ser otra. Así, pudo leerse en el ABC: "el choque ha pasado a la historia como el 'derbi del cuchillo', ya  que alguien lanzó desde la grada un cuchillo contra el jugador del  Betis Benjamín Zarandona, que no alcanzó al pucelano"; o –Alejandro Delmás, dixit- en El Mundo: "Durante el derbi Sevilla-Betis, un espectador lanzó un cuchillo al terreno de juego que estuvo a punto de impactar en el bético Benjamín. El Sánchez Pizjuán, que tiene pendiente un partido de sanción por el botellazo que recibió un juez de línea en la primera jornada de Liga, sigue caracterizándose por ser uno de los campos de Primera en el que se registran más incidentes".

Los telediarios del mediodía siguiente aún permanecen en el recuerdo: con la única y lejana imagen de un Benjamín acercándose al banquillo y entregando "algo" a su entrenador, todos afirmaban sin ruborizarse que el futbolista vallisoletano había sido "agredido desde la grada con un cuchillo que –milagrosamente- no le impactó, aunque, eso sí, le pasó rozando". A ello había contribuido, sin duda, la basura, la mentira, la patraña y la inmundicia vertidas por un idolatrado donmanué -¡beatificación, ya decían t-o-d-o-s entonces- y por su secuaz consejero Oscar Arredondo, un fachoso y fanático personajillo a las órdenes del jefe y especialmente amigo de la calumnia.

Aquella misma tarde me dirigí al estadio. El Sevilla F.C. había dispuesto por primera vez en esa temporada una serie de cámaras fijas con el fin de prevenir incidentes en las gradas y en el propio terreno de juego. Lo primero que hicimos Monchi, entonces delegado del equipo, Luis Carrión, vicesecretario del Consejo de Administración, y yo mismo, fue visionar las imágenes grabadas por una cámara colocada en la grada alta de preferencia a la altura del área donde "se registró el incidente" (naturalmente todo entrecomillado, por lo que a continuación explicaré).

Después de lo leído y escuchado durante toda la jornada, los tres quedamos sorprendidos cuando contemplamos las nítidas imágenes que ofrecía el vídeo: tras una llegada sevillista sobre la portería rival, el balón llega mansamente a las manos del cancerbero Prats que se dispone a iniciar para su equipo la jugada de ataque; en ese momento, todavía dentro del área, Benjamín, con la cabeza agachada, inicia sus pasos hacia el centro del terreno de juego, momento en el que se aprecia como retrocede para tomar un objeto del suelo del que, inmediatamente, hará entrega en la banda a su entrenador (el del sparring). No se observa nada más, absolutamente nada más. Para decir toda la verdad, diré que, momentos antes, a unos veinte metros de donde se encontraba Benjamín, en el lado contrario del área, cae una bola de papel de aluminio, lo que –siendo bondadoso o imbécil, cualquiera sabe- pudo inducir a un lejanísimo Pérez Lasa -¡vaya por Dios!- a dar por cierta la zafia versión que montaron los dirigentes del club menor de la ciudad con su amo a la cabeza.

Las imágenes demostraban diáfana y nítidamente que no cayó un cuchillo, que no cayó absolutamente nada desde la grada; ningún objeto "le pasó rozando" –y él bien que lo sabe- a un "desdichado" Benjamín, al que sus mandamases obligaron, como a tantos otros tantas veces, a dramatizar un incidente que no fue tal.

Yo lo tengo claro porque lo he visto con mis propios ojos: el cuchillo -viejo y desgastado- no lo llevaba Benjamín en las medias como lerdamente algunos han sugerido; estaba allí desde la tarde anterior, olvidado o perdido en el césped por la cuadrilla de obreros que ampliaba la extensión y la altura de las redes protectoras que separan las gradas de Gol Norte del terreno de juego.

Mi opinión fue categórica y así se lo hice saber a mis acompañantes: debíamos realizar, urgentemente, varias copias del vídeo y enviarlas a los medios audiovisuales, de forma que en los telediarios de la noche se desmontara la bola de nieve que en esos momentos comenzaba a acrecentarse. A partir de entonces nadie podría decir que se arrojó un cuchillo desde la grada y mucho menos que "le pasó rozando al futbolista".

Sin embargo… mi gozo en un pozo. Luis Carrión nos anunció que prefería guardarse el vídeo para un posterior recurso al Comité de Apelación.

Exclusivamente la repugnante argucia ajena y la propia incompetencia hicieron posible tamaño desaguisado. Las consecuencias ya las conocemos y todos las padecimos: clausura de nuestro estadio y, lo que es peor, una sombría mancha en nuestro historial que, como ingenuo quijote, no cejaré en blanquear.


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