No es el momento, nunca es el momento, pero tal como lo pienso, lo cuento:
Cuatro años después, la columna vertebral, la cabeza y los miembros del equipo del Sevilla Fútbol Club -un total de siete jugadores- que, brillantemente, se alzó con la primera Copa de la UEFA, siguen siendo titulares: Adriano hasta su reciente marcha, Palop, Escudé, Jesús Navas, Kanouté, Luis Fabiano y Renato. Daniel Alves se fue para crecer, Martí para sobrevivir, Puerta para siempre, Javi Navarro se retiró, Saviola casi y David Castedo hizo lo propio, si bien los dos mallorquines, visto lo visto, podrían seguir ocupando plaza de titular en el actual Sevilla.
Desde la fuga de Juande se han hecho multitud de análisis sobre la situación de un equipo, el nuestro, que, al decir de muchos, "dejó de enamorar". La diatriba -era lo fácil- se ha centrado especialmente en la figura del entrenador. Los "críticos" –incluyámonos todos- comparamos sin ruborizarnos las formas del Jiménez-futbolista con las del Jiménez-técnico: "un lateral, todo pundonor, cortito de técnica, no podía ser entrenador de un equipo de estrellas" y también fallamos -respaldados por las perversas aseveraciones de un sector infame de la prensa- al apuntar nuestros cañones sobre esa única figura, sin apreciar que el cambio no se había producido sólo en el banquillo y que la plantilla de jugadores no era la misma que, con un fútbol rápido, de apoyos y arrasador, había conquistado Europa. Había pasado el tiempo y los nuevos aportaban poco o nada.
En el término medio siempre ha estado la virtud. El anterior entrenador, con un grupo de jugadores que, como queda dicho, no se renovó adecuadamente –la mayor parte de las incorporaciones llegaron para ocupar plaza en la suplencia- cosechaba buenos resultados. Sin embargo, todos queríamos más: no bastaba con eso, había que jugar como si Di Stéfano, Arza y Pelé formaran parte del equipo. Lo verdaderamente importante era el jogo bonito y los resultados vendrían por añadidura.
A pesar de no contar con jugadores de ese calado, el “cateto”, en su primera temporada, tras tomar las riendas del equipo en los umbrales del descenso, lo izó -ante la ira de los siete papafritas y medio que aun subsisten- al quinto puesto de la clasificación, empatado a puntos con el cuarto -el Atlético de Madrid, que disputó la Champions League- y cayendo lastimosamente en la tanda de penaltis, en octavos de Champions, ante el Fenerbahçe. En la segunda, tras la marcha del, sin duda, gran bastión de los éxitos, el lateral-mediocampista-interior Daniel Alves, y con un "sonoro fracaso" en las incorporaciones -Duscher y Romaric, titulares siempre discutidos-, el Sevilla alcanzó la tercera plaza liguera, sólo superado por los dos transatlánticos del fútbol mundial, y por ende del español, además de alcanzar las semifinales coperas, cayendo en una atípica eliminatoria -tromba de agua en la ida que dejó impracticable el césped y debacle en San Mamés- ante el Athletic de Bilbao. En la última, con una racha de lesionados que en ocasiones rozaron la docena, fue cesado tras una negativa racha de resultados ligueros el día en que el Xerez, en el minuto 94, nos privó, a falta de diez partidos para el final de la competición, de los dos puntos que supusieron la máxima desventaja respecto a la meta fijada (el cuarto puesto); Entre tanto, suplió otra decepción Champions, al volver a caer en octavos, con otra clasificación histórica para la final de la Copa del Rey, tras eliminar en semifinales con un montón de ausencias al F.C. Barcelona; final que nos conduciría a un nuevo título conquistado ya con Álvarez en el banquillo, tras recalar en el mismo con el estelar apoyo –se ha sabido ahora- de Kanouté y la ristra de treintañeros ayunos de renovación (panes emprestaos como decimos en mi pueblo).
El de Marchena, al día de hoy, ha dirigido catorce partidos oficiales desde el banquillo y -salvo la final del Camp Nou, más por el resultado que por lo ofrecido, y el segundo tiempo del partido de ida de la reciente Supercopa- la decepción más absoluta ha sido la tónica dominante: cinco goleadas encajadas y dos “finales” de distinto signo jalonan su trayectoria (victoria in extremis en Almería gracias a un increíble escorzo de Rodri y derrota abultada en Barcelona hace dos días), ambas con un único denominador común: un lamentable y paupérrimo juego ayuno de casta y coraje.
Caer derrotado en Barcelona, ante la mejor escuadra del mundo, se antoja dentro de la lógica; ser humillados frente a un equipo con una semana de entrenamientos y ante un equipo portugués de provincias, no. Mostrar esa actitud, ofrecer esa imagen, con toda la Europa futbolística pendiente, tampoco. Jamás exigiré títulos mientras los presupuestos no sean parejos, pero la actitud de Barcelona, lo de Braga y lo del Carranza ha de desaparecer para siempre de nuestras retinas.
Esta es la historia: nos precipitamos, nos creímos el Bayern de Beckenbauer y torpedo Müller, exigimos más porque “nosotros somos así”; somos muy dados a creernos la grandeza de nuestros delirios para, sin solución de continuidad, vernos con estos pelos…
Urge una reestructuración de la cabeza a los piés: hemos cambiado lerdamente un entrenador que se retorcía en el banquillo -sufrimiento en el rostro- cuando sus profesionales lo hacían igual del mal que lo hacen ahora, por otro, el actual, que se mesa la misma barbita que le pellizcan entre risas y jolgorios los papafritas de turno Y, para colmo, como “fiel escudero”, un Luis Tevenet fichado tras previo ofrecimiento por “sms”. Un tándem que llegó pregonando a los cuatro vientos sus excelencias futbolísticas y que han demostrado fehacientemente su absoluta incapacidad. Un par de ineptos, que se enfrentan a su primera experiencia como inquilinos del banquillo, que ya han dado sobradas muestras de su insolvencia, tanto que no pueden -no deben- sentarse en el banquillo el próximo martes o, como mucho, que sea su último partido.
Hágase de una vez, rompamos definitivamente el eterno debate de la figura del entrenador, renovemos adecuadamente los peones del tablero para que, aprovechando el parón que se avecina, tras la primera jornada liguera, el nuevo técnico disponga de tiempo suficiente para pergeñar al menos un patrón de juego ahora inexistente.
Amigo Paco, podrás decir lo que piensas, más alto pero no más claro.
ResponderEliminarQuiero confiar que mañana pasemos, y que ese pase a la fase previa de Champions, hagan a los que lo tienen que hacer, bajar la pelota y jugarla al pie.
Ojalá que tras el partido de mañana, podamos ser todos un poco más OPTIMISTAS...
Paco, que ya esta publicado mi post. Antes ha habido un error en la edicion y solo salio el título. Ya esta publicado correctamente.
Un fuerte abrazo.
Absolutamente de acuerdo contigo Paco. Desde la N inicial, hasta el punto y final. Chapeau.
ResponderEliminarAlexis: comprendo que el mio es un discurso radical pero es lo que siento. Ojalá tenga que arrepentirme
ResponderEliminarJuan Angel: ojalá que el optimismo que pretendes insuflar llegue a todos. Yo lo soy para mañana aunque creo que hay mucho que mejorar. Un abrazo
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