Cambiaron
definitivamente los vientos, los tiempos y hasta la madre que los parió. Los
seráficos sueños de prosperidad y desarrollo han desembocado en las peores
pesadillas en forma de crisis, recortes y depresión.
Los adolescentes
de la dictadura recordamos cómo las fuerzas antisistema de entonces
mostraban al fútbol como “el opio del pueblo”, un deporte con toda su
parafernalia alrededor del régimen y convertido en su supremo protector.
El Panem et
circenses ingeniado por los dirigentes romanos hace dos milenios a mayor
gloria del César ha venido actualizándose siglo a siglo, año a año, mes a
mes y día a día.
Llegó la
democracia y con ella -desde las esferas del poder- la ley de sociedades
anónimas deportivas, las televisiones privadas y hasta el despótico control
del espacio radioeléctrico para convertir la marihuana de la época
franquista (un partido en blanco y negro cada siete o quince días) en
cocaína colombiana de extrema pureza (veinte encuentros casi a diario, a
todo color y en alta definición para que los amiguetes del poder llenen sus
bolsillos).
Pero esta música,
que siempre sonó bien a los herederos hispanos de los senadores romanos, por
vez primera ha comenzado a desafinar: Ayer, Día de la Hispanidad, la
selección española de fútbol se enfrentaba a Bielorrusia en Minsk y, por
primera vez en decenas de años desde que la televisión lo hizo habitual, los
españoles no hemos disfrutado del juego en directo de la Campeona del Mundo
y de Europa, sencillamente porque a las televisiones no le han salido las
cuentas. El millón de euros que, tras mucho dribling y profuso regateo,
solicitaba por ceder los derechos la empresa que los poseía, ha parecido
demasiado a las cadenas televisivas públicas y privadas, incluso a
Televisión Española que, pese al interés general del encuentro, finalmente
no claudicó, lo que merece el reconocimiento unánime de quiénes valoran un
beneficio supremo, el de evitar dispendios en el ente televisivo que
mantenemos entre todos en un momento de auténtica zozobra económica.
Por eso no todos,
ni todas las decisiones, son iguales: mientras unos pretendieron salvar el
fuego de la dramática situación económica añadiendo gasolina con los
despilfarros de los planes E, otros arruinan casi definitivamente su ya más
que maltrecha imagen contraviniendo la lógica romana y contemporánea de que,
para entretener al pueblo pacíficamente y sin armar revuelo, nada mejor que
ofrecer -gratis total- pan calentito de Alcalá y los mejores números del
Gran Circo del Sol en forma de partidos futboleros que “amansen las fieras”.
Aún así, aunque
algunos lo agradezcamos, a los que han tomado la decisión de poco o nada les
servirá la nueva locución puesta en práctica: “menos pan y nada de circo”.
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