El título de este post coincide con el de una magnífica novela de Tom Wolfe, llevada al cine con posterioridad por Brian de Palma. Pero tanto la novela como el post se inspiran en hechos acaecidos en la Florencia del Renacimiento, la Florencia de los Médicis.
Florencia había llegado a las cimas de las artes y las ciencias en las mejores épocas de la historia de esta república. En el Renacimiento florentino se daban cita nombres como Botticelli, Miguel Angel, Leonardo da Vinci, Dante, Maquiavelo, Bruneleschi… La concentración de genio más grande en la historia del arte occidental, todos ellos juntos en la misma ciudad y casi al mismo tiempo. La ciudad se convirtió por un tiempo en la más importante del mundo conocido y era famosa por sus riquezas venidas de todo el orbe, obras de arte, ricas telas, afeites y perfumes, muebles exquisitos y manjares exóticos se sumaban a la arquitectura de la ciudad para mayor gloria de sus ricos comerciantes.
Pero la historia tiene su propia dinámica y Florencia, como todas las ciudades que en algún momento fueron el ombligo del mundo, progresivamente se fue convirtiendo en una ciudad provinciana de la Toscana.
Cuando decaían sus años de esplendor, la inestabilidad política de los Médicis dio paso al poder a la figura del monje Savonarola. Savonarola trataba en sus sermones los temas del Apocalipsis y las visiones de la amenaza del fin del mundo. Ejerció una enorme influencia sobre la población con sus ideales de pobreza y desposeimiento y con la prédica de la penitencia por la corrupción moral, la degeneración, el lujo, el derroche y el afán de placeres. Para el monje, la decadencia de Florencia no era más que la consecuencia lógica de sus pecados.
Las ardientes prédicas del monje y la decadencia de la ciudad, impresionaron tanto a los florentinos, que cada vez eran más los que acudían al convento de San Marcos a escucharlo. Se expulsó de Florencia a los Médicis, la familia que tanta gloria había dado a la ciudad. En pleno Carnaval, Savonarola mandó a sus seguidores crear una pira para purgar los pecados de Florencia. En dicha hoguera arrojaron obras de arte, libros, cosméticos, instrumentos musicales, telas refinadas, joyas y muebles… todo lo que fuera muestra de la vanidad de los florentinos.
" (…) y tú, Florencia, que piensas sólo en ambiciones y empujas a tus ciudadanos a exaltarse, sabe que el único remedio que te queda es la penitencia (…)" sermoneaba el fraile. La historia cuenta que la pirámide de bellos objetos tenía veinte metros de alto, que su base tenía un perímetro de noventa metros. Y todo aquello ardió en llamas, en la que Savonarola llamó la Hoguera de las Vanidades.
Nuestro Sevilla F.C. ha pasado por su momento de gloria. No ha sido el primero, ni será el último, pero sí el más prolongado y llamativo. Es fácil acostumbrarse a lo bueno y nos hemos acostumbrado demasiado pronto. Tan pronto que casi no hemos sabido disfrutar de ello, porque como Savonarola y sus seguidores, aún en la cumbre del éxito, siempre ha habido quien nos recordara lo efímero de la gloria. Desde hace años, esto no es de ahora, ha habido agoreros que vaticinaban el fin de un periodo de esplendor.
Era fácil hacer vaticinios de que el Sevilla volvería algún día a la mitad de la tabla, a luchar por la Europa League, en vez de por la Champions, a fajarse con los de siempre en vez de tumbar a Madrid y Barcelona. Es la ley del fútbol. No tenemos presupuesto para mantenernos arriba siempre y sólo una afortunada y bien trabajada constelación de situaciones pudo llevarnos a ser durante dos años el Mejor Equipo del Mundo y a llenar nuestras vitrinas de trofeos.
Todo parece indicar que por fin los agoreros han visto cumplidos sus vaticinios. No puedo estar de acuerdo, por más que me pese, con los que opinan que podemos esta liga volver a conseguir títulos y un puesto para la Champions. No con este equipo. Ojalá me equivoque.
Es humanamente razonable la decepción, porque un lustro ha sido suficiente para acostumbrarnos al triunfo. Pero también sabíamos todos que no podíamos mantenernos tan arriba con nuestros recursos y que este momento llegaría.
Este comienzo de temporada con las decepciones en la Supercopa y la Champions, el arranque de liga y la racha de los últimos cuatro partidos está siendo nuestra particular travesía del desierto. Pero como diría el cursi "que las lágrimas no nos impidan ver las estrellas". Apoyemos de nuevo al equipo. Construyamos, construyamos y construyamos. Hagamos oídos sordos a agoreros malintencionados y atesoremos el recuerdo de lo que fuimos y alimentemos la esperanza de lo que volveremos a ser.
No quememos en una monumental pira nuestras vanidades, las vanidades por los éxitos que tan denodadamente consiguió nuestro equipo para nosotros en esos campos de España y Europa. Guardemos nuestros recuerdos para nuestros hijos y nietos y pongámonos de nuevo el mono de faena. Seremos de nuevo, tendremos que ser, el equipo de "la casta y el coraje". Tendrán que serlo los que juegan con nuestro escudo en el pecho y si no son capaces de serlo ¡al banquillo! que ya hay otros esperando que sabrán serlo. Y tendremos que serlo la afición, tendremos que asumir nuestra responsabilidad. Si creemos que alguna vez la tuvimos en el triunfo, tendremos que asumirla también en la derrota. Pero unidos, sin fisuras, sin dar pábulo a las lenguas y a las plumas de aquellos que predecían nuestra derrota cuando aún vivíamos los mejores momentos, los "días de vino y rosas", no porque fueran sibilas, profetas, pitonisos ni oráculos, sino porque la deseaban. Querían que no disfrutáramos el sabor de los frutos de la victoria. Querían amargárnosla y ahora se sientan ufanos a ver pasar nuestras desdichas desde sus medios. No le demos el gusto…
Savonarola consiguió que expulsaran a los Médicis de Florencia, aquellos gobernantes y mecenas que, con sus méritos y sus errores, consiguieron llevar a Florencia a las más altas cumbres del arte y de la ciencia. No repitamos su error. Savonarola aceleró la decadencia de la ciudad por querer borrar la vanidad de sus habitantes, una vanidad de la que los florentinos eran acreedores. No dejemos de envanecernos de lo conseguido.
Florencia es hoy una magnífica ciudad, orgullosa de lo que fue un día y atesora un increíble patrimonio artístico. Pero ¿qué no podrían haber atesorado sus ciudadanos e instituciones sin la sinrazón de la Hoguera de las Vanidades?.
Para los que no conozcan el final de la historia: Savonarola fue condenado a muerte y quemado públicamente en la Plaza de la Signoria el 23 de mayo de 1498, apenas un año y tres meses después de su famosa hoguera y en la misma plaza. Sic transit gloria mundi.
Querido Julián:
ResponderEliminarBienvenido a tu casa.
Magnífico artículo que a todos nos ha de hacer recapacitar.
Un abrazo.
Paco Romero.
Extraordinario post. Mi más sincera enhorabuena.
ResponderEliminarImpresionante post, que calidad tiene la blogosfera sevillista.
ResponderEliminarUn abrazo