Corren tiempos procelosos para la causa sevillista, porque desde que comenzara la temporada con los ridículos de Barcelona y frente al Sporting de Braga, no amaina el temporal y siguen sus vientos azotando la superestructura de nuestro edificio y el agua socavando en cierta medida algunos de sus cimientos. Y todo ello ocurre mientras el discurrir deportivo de la entidad no otorga tregua alguna, ahora con la silueta del PSG que abandonó la lontananza para hacerse amenaza visible en nuestro horizonte más cercano.
Un Sevilla que llevaba casi once años sin cesar a un entrenador y que en el corto espacio de seis meses -o veinte partidos oficiales, menos de media temporada- ve como por su banquillo se suceden tres inquilinos sin que ninguno de ellos haya sabido o sepa -de momento- poner fin a la tribulación que nos embarga, a las vicisitudes de un equipo al que cualquier rival hace sufrir en el campo hasta derrotarlo con claridad meridiana o al que vencemos no sin grandísimos esfuerzos y desgaste y sin apenas ventaja clara en el marcador.
Una entidad que pasa de los cielos de Almería y Barcelona a la línea de metro que discurre por sótanos infernales que con tanta asiduidad visitamos en esta temporada y que ha tenido ya parada en las estaciones de Sporting, Depor, Racing, Getafe, Mallorca, Braga o Barcelona, en estas últimas por dos veces.
Precisamente, algunos de los rivales citados, de encadenar una serie de derrotas o sangría de puntos frente a los clubes mencionados, no tendría problema ninguno, pero el Sevilla, tanto por el rival como por la forma de dilapidar los botines en disputa se enfrenta a un serio problema. Ya definió con maestría la situación el presidente: “quiero que haya una crisis cuando el Sevilla pierda”.
Traigo esta frase a colación no por impulso mordaz alguno o con aviesa intención, tanto es así que aún hoy la sigo aplaudiendo porque retrata la realidad del Sevilla y el espíritu que siempre debe de embargarnos: somos un grande y de esta condición se derivan nuestras obligaciones.
Quienes no estén preparados para hacer frente a esta presión deben de abandonar la nave porque harán incurrir al Sevilla y a los sevillistas en el ridículo. Sean directivos, técnicos, jugadores, y/o empleados o colaboradores del club, hay que erradicar el derrotismo, algo que debiera ser extensivo a la masa social.
El Sevilla, su afición ni nadie que desee en modo alguno tutelarla por decirlo finamente, no puede ni debe de quejarse por los arbitrajes, porque no es este factor el que nos aleja de los puestos que perseguimos; ni tampoco provocan esa distancia las lesiones desde el punto y hora en que el 20% de la plantilla (Koné, Sergio Sánchez, Drago y en menor medida teórica aunque desgraciadamente sí real, Fazio y Acosta) es baja crónica y además fichamos jugadores con un riesgo cuando menos alto.
Ahora se juntan el desgaste de nuestros buques insignia y la falta de condiciones para el deportivo combate tanto de las unidades llamadas a reemplazarlos como a reforzar al conjunto de nuestra flota, pero eso no significa que nuestras obligaciones hayan desaparecido, siguen estando ahí. Si el Sevilla es o quiere seguir siendo una potencia, ha de presentar batalla, partido a partido aún sabiendo de nuestras flaquezas y debilidades. En términos marineros ya lo intentó Cervera en Santiago de Cuba y años antes fue Casto Méndez Núñez quien retratara el quijotismo español con aquel “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”.
Se debe el Sevilla al triunfo, al ansia por obtenerlo, en definitiva a la ambición y preso de ella, de esa forja y grandeza, habrá de sucumbir si fuera menester. Como nunca podrá hacerlo es inane y entre la diferencia. Así que a quienes abogan por, a partir de ahora, dar por finiquitada una temporada para -dicen- ir construyendo los mimbres con los que afrontaremos próximos ejercicios, contestarles que naranjas de la china. De alguna manera el consejo de Administración y los técnicos tendrán que abordar tanto el refuerzo de nuestra plantilla que desde ya se puede acometer con la baja de larga duración de Guarente, como el hallar la causa de la depresión de un conjunto de jugadores habituado a ganar y que parecen -o así lo confiesan- haber perdido la ambición, un pecado de lesa identidad en el Sevilla Fútbol Club.
Y, como he dicho en anteriores ocasiones, los años no pasan en balde para los técnicos y su metodología (esa presión al rival que el Sevilla perdió hace ya tres años y jamás ha vuelto a recuperar siendo, posiblemente, el equipo de Primera que menos la ejercite), para los jugadores quienes llegan, están y se van, y del mismo modo afectan a unas estructuras del club precisas de revisión, nadie es eterno ni imprescindible y algunas parcelas denotan la necesidad de una urgente renovación.
Querido Ernesto:
ResponderEliminarQuizá -mejor dicho, seguro- no te falte razón en tu exposición, pero creo que, injustamente, se te va la mano.
Aunque coincidimos en mucho, no acabamos de ponernos de acuerdo en todo como nos ocurre a menudo. Por ejemplo, si en seis meses se han sucedido tres inquilinos en nuestro banquillo se debe a que Sevillistas –ojo, con mayúsculas- como tú convenisteis desde su llegada que Jiménez, a pesar de sus números en las competiciones domésticas, no era entrenador para el Sevilla. Sabes que mi opinión era la contraria, que el “cateto” era perfecto conocedor de la plantilla y que gracias a su trabajo se conquistaron las cotas de éxito que aún hoy se le quieren negar.
Si el Sevilla necesita una urgente renovación, que pudiera ser aunque –fíjate que cosas- no estoy seguro de ello, la necesitaba también hace dos años cuando los cañones apuntaban en una sola dirección.
Estoy en total acuerdo contigo con el asunto de la presión, mejor dicho en la ausencia de carácter del equipo y convendrás conmigo que, si eso se entrenara, nadie como el denostado técnico de Arahal para ponerla en práctica.
En fin, ya sabes… cuestión de pareceres. Un abrazo.
Pues yo tengo que decir, que estoy de acuerdo también en casi todo lo que dice Ernesto. Lo miremos desde el prisma que lo miremos, las soluciones en la situación actual, se me antojan inmediatas y hay muchos departamentos de esas "megaestructuras" que necesitan una renovación urgente.
ResponderEliminarSolo le pondría un clara pega a su post, y es cuando habla de los cielos de Almeria y Barcelona. Lo de Barcelona imagino que se refiere a la final de la Copa del Rey, ganada de forma justa y merecida al Atlético de Madrid, pero lo de Almería fue otro de los espantosos ridículos a los que nos tiene acostumbrado nuestro primer equipo en lo últimos tiempos, salvados en la campana por un chaval, que voleó en el minuto 93 un gol decisivo que nos dio la cuarta plaza. Pero enfrente teníamos al equipo suplente del Almería. Un abrazo.
Tienes razón, Alexis: lo de Almería fue una final disputada de forma lamentable y ganada con la ayuda de Rodri y todos los santos del cielo.
ResponderEliminarY el entrenador no desperdició la ocasión de hacerse con unas cuantas hojas de laurel.
Un abrazo.